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Una crítica a la Ideología Alemana y también a su filosofía

La creencia en el hombre ajeno de sí mismo y su reconciliación

Ariel Zúñiga

Miércoles 4 de marzo de 2009, puesto en línea por Ariel Zúñiga

El aporte de la filosofía alemana ha consistido en el vano intento de hacer coherente al hombre en tanto animal y en tanto miembro disciplinado en un sistema cultural específico, con una definición a priori del ser humano en tanto inherentemente libre.

No caben dudas acerca de la enorme influencia que han ejercido estos pensadores desde Goethe hasta Kurtz, y muchos pondrán el grito en el cielo por mi actitud desafiante de tratar indiferenciadamente a autores tan disímiles como Nietzche o Kant, pero no se trata de un alegato academicista, de una nueva relectura ingeniosa de los clásicos o de un infantil modo de capturar la atención de algún adolescente; es mi modo de contribuir a la construcción de una alternativa política, una que se emancipe de las taras del pasado, las cuales incluyen las teologías de distintos profetas como la de Hegel, sino que también la de Carlos Marx que incluso hoy sustenta fervientes feligreses que lo veneran en tanto pensamiento científico.

Hasta ahora había tratado de defender a Marx en tanto pensador válido e indispensable para la construcción de una teoría política de transformación de la civilización interpretandolo en el siguiente sentido: Toda estupidez proferida por Marx debía omitirse, jamás interpretarse exegéticamente como proponen algunos sacerdotes iluminándo sus textos con el tenebroso candil hegeliano, pues lo relevante del marxismo no es lo que dijo sino la razón por cual lo dijo. Olvídate de lo que dijo Marx, era mi planteamiento, piensa y actúa como Marx lo haría si estuviera vivo. Pero mi excepcional modelo interpretativo no alcanza ni siquiera a constituir una tendencia y si lo hiciera todavía me encontraría con el gran problema que si existiera Marx viviría en Cuba plácidamente (siempre y cuando no se lo haya tronado como anti fidelista). Tratar de autorizar mis fragmentados y modestos argumentos contribuye tanto a la beatería como a la demonología; decir “yo pienso” siempre será más arriesgado pero dudo que haya otro modo de ser honesto.

Es que Marx dijo que había que cambiar la realidad en vez que interpretarla, lo que se podría entender como el hacer ambas en simultáneo. Pero la interpretación de la realidad marxista pertenece a la especie más deleznable de la filosofía, el idealismo germánico que él mismo criticaba considerándolo teología; sus virulentas críticas a sus contemporáneos, por otra parte, ha producido un oscurantismo que ha sumido a la izquierda en una nueva escolástica. Marx estaba equivocado en cada una de sus tesis propias, así lo ha mostrado uno de sus principales detractores, la historia; pero sus argumentos bastaron para relegar al olvido a muchos pensadores y para sellar los caminos a múltiples desarrollos teóricos posibles. Su socialismo científico era tan sólo una mezcla entre una crítica al sistema capitalista, sin proponer un sistema económico que sostuviera la economía industrial, y un alegato redencional típicamente alemán basado en una moral estoica mediada por Kant y hablada por Hegel.

El soliloquio germano al ser tan extenso y complejo consigue ser autorizado de inmediato por aquellos pensadores burocráticos, preocupados por encontrar una excusa al pensamiento más que enfrentarse a la inconmensurabilidad de la ignorancia del ser humano e intentar trascenderla. Esto sucede así porque cada pensador germánico pretende construir un sistema nuevo en que quede todo explicado; por todo debemos entender aquello que dan por explicado sus contemporáneos recurriendo a su maestro respectivo. La vision mecanicista determinista no les basta pero no les desagrada por lo tanto le añaden al ser humano un origen mítico, una naturaleza moral o un destino. Esto zanja el asunto sin ponerlo en discusión. Cada uno de estos elementos significa al hombre de un modo distinto pero todos concuerdan en que el hombre no es un producto biológico cultural, por ende histórico, sino que esencial, meta social, metafísico. La libertad y la igualdad no son para Marx dignos anhelos del hombre moderno capaces de reivindicarse gracias a la exuberante productividad económica del sistema capitalista, sino que elementos esenciales de la humanidad que la lucha de clases suprime, que por tanto, al suprimir la lucha de clases reconciliaríamos al hombre con su esencia. El hombre así definido no es muy distinto al de los cristianos y es común a la filosofía alemana la cual sólo excepcionalmente difiere, aunque, claro está, para darle otra naturaleza a priori, metafísica, al ser humano.

La historia comienza con un grupo de intelectuales que pretendían henchir sus pulmones más allá de los límites de sus cajas toraxicas. Se sentían como dioses atrofiados, confinados a vivir y padecer en pequeñas aldeas mientras sus vecinos se erigían como estados. De la promiscuidad e inmediatez de la vida doméstica surgió esa lúdica complicación conceptual la cual no se satisfacía en los monasterios por ser mayoritariamente protestantes. El clima frío, los espesos bosques, la lejanía de la santa sede y la carencia de cortes cosmopolitas que permitieran hacer gala de su refinamiento cultural redundó en que se institucionalizara el deporte de la metafísica. La mala idea de la primera generación romántica de inventar una nación consistía en construir una cultura propia; ello exigió no sólo que se reinventara el pasado sino que desde él se interpretara el presente y proyectara el futuro.

Durante el siglo XIX se expresó la misma táctica y estrategia bélica del siglo XX e inspirada en la misma ideología, es decir Lebensraum + Blitzkrieg (Guerra rápida de conquista y anexión con el fin de adquirir el espacio que los alemanes sentían que se merecían) Y así como Hegel se le ocurrió un día inventar la filosofía otro se le ocurrió a Marx que el pueblo elegido no eran los israelitas, ni los alemanes como creían sus contemporáneos, sino que los proletarios industriales de ciertos estados comandados por profetas alemanes. Y diligentemente sus apóstoles se dedicaron a divulgar las buenas nuevas emprendiendo una guerra a muerte contra todos los herejes, principalmente sobre los pensadores eslavos, pero también en contra de aquellos que suscribían ideas británicas como las de Owen o francesas como las de Prouhdon. Al igual que en el siglo XX sólo atacaron a los franceses e ingleses alevosamente, es decir, sobre seguro, una vez que habían disciplinado a los inferiores; los primeros golpes fueron dados hacia el este, en contra de los subdesarrollados, en donde irónicamente sus ideas regirían absolutamente por más de ochenta años.

Para principios del siglo XX el pensamiento alemán campeaba en todos aquellos lugares en que no habían sido capaces de crear un pensamiento propio antes del siglo XIX y sus idealizaciones comenzaron a determinar la estructuración de los estados modernos “inventados” por los procesos de independencia forzados, tanto en Europa como América, por las guerras napoleónicas, y por los procesos de descolonización del siglo XX. Nociones como Folclore o Estado de Derecho se universalizaron del mismo modo que de contrabando se incorporaban otras como esas ideas típicamente germanas de que la única manera de realizar la libertad es mediante un Estado y que el ser humano ha sufrido una grave afectación en el pasado que es posible remediar por medio de la acción racional de modo de reconciliarlo con él mismo. Todas fundamentadas en el neo estoicismo kantiano con su dogma que existe una moral universal, inherente al hombre, la cual es posible conocer por medio de la razón.

Estos más que ser tópicos recurrentes de la filosofía alemana son sus axiomas. La excepcionalidad según muchos se encuentra en el supuesto materialismo marxista y en el idealismo antiromántico nietzcheano.

Pero esto sería así tan sólo aparentemente. Para Marx el hombre vivía en un mundo pre social en que regía un matriarcado y un comunismo primitivo pero que no se correspondía con la naturaleza del hombre. Toda la historiografía conocida ha sido un valle de lágrimas que el ser humano necesariamente debe transitar hasta redimirse. La historia no es un motor que se alimenta con las contradicciones sino que una trayectoria necesaria compuesta por estaciones. La dialéctica se deduce de una historia humana ya conocida por Marx y a la cual accedió por la única vía posible de conocer detalladamente lo meta empírico, es decir, mediante la revelación. O bien una meditación trascendental lo condujo a la epifanía o tal visión no era más que una reordenación ingeniosa del acervo metafísico que decía estar criticando. Mientras se mofa de la lógica hegeliana por ser vacía, del mismo modo que la moral kantiana es meramente formal, las dota a ambas de contenido creando un evangelio moderno que niega transitoriamente el universalismo católico cristiano profetizando que será restaurado una vez que la historia haga lo suyo. Los hombres son iguales unos de otros, pero no lo son en el Estado sino que en la mera formalidad; el hombre se emancipa en el momento que se reencuentra con su naturaleza organizándose políticosocialmente de una forma adecuada.

Para Nietzche la tragedia del hombre ha sido precisamente esta noción redencional cristiana. La igualdad original corporativa de la cual se compadecen los románticos germánicos, que se ha perdido en la antigua Atenas, es una mistificación carente de sentido pues el hombre se había perdido a sí mismo mucho antes. El origen de la tragedia estaría en Sócrates, en su visión absurda que existiría una realidad ideal a la cual deberíamos regirnos. El hombre perdió su capacidad de gobernarse a sí mismo - y en eso no podemos estar en desacuerdo con el célebre sifilítico - pero eso es contrario a su naturaleza, y ahí tenemos de vuelta la monserga mistificante y naturalizadora del hombre. Por más que Nietzche sea el mayor crítico y desmitificador de la filosofía alemana su empeño en polemizar dentro de su cultura lo hace cautivo de su lenguaje, y al parecer de sus axiomas. Las religiones universalistas son la expresión palmaria de la decadencia del hombre, pero el decaer (o progresar) supone un sistema valorativo meta histórico; el hombre estaba más cerca de Dios en un pasado idílico y si supera la hipocresía de las religiones, que en vez que contenerlo sólo lo limitan, podrá desatar toda la potencia contenida convirtiéndose en su propio Dios. Pero ¿Porqué sería mejor este hombre libre, desatado, al punto de ser arbitrario y déspota, que el diligente y sumiso hombre de familia? Porque el hombre libre, metafísicamente hablando, es un axioma de la filosofía moderna pero en específico de la alemana; la crítica nunca alcanzaría los axiomas sólo los argumentos anteriores construidos al alero de ellos.

Pero esta forma de razonar no es adjudicable a tan sólo una visión de mundo - para utilizar un concepto alemán - típicamente finisecular. Los alemanes perseveraron durante el siglo XX en la creación de nuevos banquetes utilizando los mismos ingredientes. La idea kantiana de conciliar el determinismo animal y la libertad, que definiría al hombre, y la idea conservadora del paraíso perdido, nostalgia de aquello que nunca existió, vuelve en Freud y Erich Fromm, el hombre nace libre y la sociedad lo reprime, lo que el lenguaje separó el lenguaje une; y el neo marxismo de Fráncfort insiste al igual que el neo neo de Krisis, en la monserga germánica de un hombre disgregado, esquizoide, enfrentado así mismo, posible de reconciliar. Al igual que Marx se reviste el idealismo moral y la nostalgia romántica de un materialismo que lo exime de rendir cuentas en algún tribunal metafísico. Si el hombre debe transformar su sistema social para ser hombre a cabalidad quiere decir que la idea de hombre trasciende la historia y todo aquello que conocemos por humanidad.

El hombre debe ser porque de algún modo es. El intento de falsificar una noción de hombre para justificar un determinado programa político ha sido la mayor la contribución de la filosofía alemana a la historia de la modernidad. Si somos animales que compartimos un acervo genético, que se nos ha impreso una cultura, y en la vida lidiamos entre rebelarnos y conformarnos a ella, no existe un hombre que sea, más o menos hombre, de lo que somos nosotros en este preciso momento. Y para comparar moralmente a los distintos sistemas culturales, que es lo que haría diferentes a los hombres, exigiría que contáramos con un punto de valoración del cual carecemos. La desesperación por poseer alguno ha llevado a que los metafísicos inventen el suyo para, o bien justificar el statu quo o la transformación política interesada. Esto olvida que la política no debe porqué fundamentarse en una idea trascendente pues bien puede ser un acuerdo entre algunos hombres en pos de materializar sus anhelos, sus razonamientos y hasta su mera voluntad caprichosa de imponerse, resistirse o conformarse. En síntesis, naturalizar al hombre es considerar su cambio o conservación como una necesidad lo que impide su desarrollo en tanto voluntad y proyecto; existen varios modos de naturalizar al hombre, por ejemplo la socrática, y la de Marx es otra aunque con luces de neón se escriba lo contrario.

Es y ha sido una peligrosa idea el que encontraremos la medicina frente a la hipocondría resolviendo la sensación de vacío que experimenta el hombre intelectualmente inquieto al contemplar la inconmensurabilidad de nuestra ignorancia. La ansiedad por restringir la búsqueda del conocimiento sentenciando respuestas no sólo es una típica actitud de ideólogos o de propagandistas, sino que es una vocación que ha asumido la filosofía en general y la alemana en particular, con Carlitos Marx de mascarón de proa.

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