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PERÚ - El diluvio del Cusco y la gestión de riesgo de los Incas

Jubenal Quispe

Miércoles 10 de febrero de 2010, puesto en línea por Jubenal Quispe

En varios pueblos del Perú (Cusco, Puno, Apurímac, Abancay, Ayacucho) los enloquecidos ríos serpentearon incontenibles por áreas de cultivo, calles y plazas de ciudades, licuaron carreteras, puentes, rieles, casas y muros de contención. Se engulleron inclementes el trabajo, ahorros y todos los esfuerzos de los más empobrecidos del Perú profundo. ¡Las películas de ciencia ficción sobre el cambio climático, en algunos casos, quedaron superadas!

Se habla, sólo en el caso del Cusco, de cerca de 40 mil damnificados (otros tantos sin hogar), cerca de 20 mil Has. de cultivos destruidos, 12 víctimas mortales. ¡Más de mil millones de soles se requerirían para la reconstrucción!

El reciente diluvio en varias regiones del Sur Andino peruano (y la ausencia de lluvias en el norte del Perú) es una de las facturas reales de la deuda ecológica que los deudores (países industrializados/ricos) no quieren pagar, y condenan a los acreedores legítimos a pagar con sus vidas dicha deuda. El diluvio cusqueño es una consecuencia todavía insignificante de la traición a la Madre Tierra por parte de los países ricos en la cumbre sobre el clima en Copenhague. “¿Cómo podrán enviar a sus hijos (turistas) al hemisferio Sur, con pocos porcentajes de seguridad climática?”, decía la voz desoída de un joven representante de uno de los países de Oceanía en aquella cumbre.

Las últimas lluvias torrenciales, al igual que otras fatídicas tragedias anunciadas, muestran al mundo la ausencia total de políticas nacionales de gestión de riesgos en el Perú. Al gobierno central le importa un bledo la seguridad y la vida de las y los empobrecidos. Y peor aún si éstas y éstos se encuentran asentados en territorios ricos en recursos naturales, y/o expresan resistencia a las empresas transnacionales.

¡Cuando Cusco y el sur del Perú se aferraban a la vida con el lodo hasta el cuello, el Sr. Presidente del Perú se fue para Tumbes (norte del Perú) en campaña política! ¡Sí, aunque Ud. no lo crea! Ante la desgracia del sur, el Presidente se fue al norte del país. Sólo cinco días después del diluvio, Alan García (después de sendas críticas) apareció impecable en el Cusco enfangado, para anunciar la eficiente evacuación de las y los turistas extranjeros atrapados en Aguas Calientes, y, para las y los sobrevivientes cusqueños, esto fue el mensaje presidencial: “No se debe magnificar las cosas, tampoco alarmar (…)”.

La ausencia de la cultura de gestión de riesgo a nivel nacional se multiplica a nivel de los gobiernos regionales y locales. ¡No existen planes de prevención, mucho menos presupuestos para este rubro! Casi toda la plata la invierten, si acaso no la roban, en salarios e infraestructura (esta última, porque lleva la impronta tangible y visible de dichas autoridades)
¡El asfalto y el cemento hacen más campaña política a sus promotores que políticas de cuidado y prevención! Todo les queda por aprender a las y los gobernantes de estos tiempos de las políticas de transformación sostenible del Incario centradas en la gestión de riesgos. Los Incas, obedientes y en interrelación con la comunidad cósmica, construyeron sus ciudades en las faldas de los cerros, y las pampas estaban reservadas para el cultivo. He allí el por qué el Santuario del Machupicchu sigue incólume, mientras pueblos insensatos (como el caso de Aguas Calientes) construidos a orillas de los ríos son arrasados. ¡Imagine Ud. la suerte de ciudades, engendros del azar y de la aglomeración, como Lima ante similares fenómenos climáticos ya casi anunciados!

Esta ausencia de una política de prevención y de cuidado, no sólo expresa la ausencia de una política de planificación y de eso que llaman “desarrollo” sostenible, sino demuestra el fracaso rotundo del proyecto ilusorio Estado centralista y neoliberal digitado desde Lima, según los intereses de las inversiones extranjeras. Las desgracias del Cusco, Ayacucho, Abancay, Apurímac, Puno, etc. evidencian que en el Perú del siglo XXI existen pueblos enteros sin Estado. Condenados a su destino adverso. Una quechua sobreviviente en Urubamba-Cusco decía: “Y nosotros qué. Por qué sólo rescatan a los turistas extranjeros. ¿Acaso nosotros no somos también personas, peruanos?” ¿Será que ha llegado la hora de debatir el espejismo del Perú limeño y su Estado criollo excluyentes que condenan a la vulnerabilidad total al Perú diverso y empobrecido? Las y los sobrevivientes al diluvio con esperanza comenzarán a edificar de cero, demoliendo lo que quedó de sus casas. ¿No será hora de demoler la “institucionalidad” inoperante y corrupta sobre la que se yergue el Perú actual?

Si bien, ya nos es imposible evitar el cambio climático actual, sin embargo, por instinto de sobrevivencia, debemos minimizar la vulnerabilidad. El problema no es tanto el cambio climático, sino las consecuencias de éste por la campante vulnerabilidad de pueblos enteros. Por ello, son tareas urgentes y simultáneas, cultivarnos y educar a nuestros descendientes para la adaptabilidad a los cambios climáticos predecibles, exigir y obligar con mecanismos creativos el pago de la deuda ecológica a los principales responsables de la devastación del planeta, construir y exigir a nuestros gobernantes planes de transformación integral que contemplen gestión de riesgos. ¡Tenemos que aceptar que padecemos un déficit crónico de cultural de prevención!

Nuestra sobrevivencia, en buena medida, depende de nosotras y nosotros mismos. Está demostrado que, incluso en un planeta enloquecido, no todos los humanos, ni todas las víctimas, somos iguales. Algunos son más iguales que muchos, y los menos iguales casi siempre estamos en desventaja si no somos capaces de optimizar y de aprender de nuestras tragedias con esfuerzo y esperanza. En el marco del diálogo de saberes intercivilizatorios, es nuestra obligación aprender de las silenciosas lecciones que nos dejaron nuestros ancestros sobre la gestión de riesgos geofísicos y climáticos en el Santuario del Machupicchu.

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