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Hacia una espiritualidad de la tierra

Jubenal Quispe

Martes 27 de abril de 2010, puesto en línea por Jubenal Quispe

A desafíos estructurales se requieren respuestas trascendentales que reconfiguren y sostengan al espíritu humano en su audaz cometido. Nos guste o no, las civilizaciones, con sus sistemas y paradigmas, nacieron y se desarrollaron fundados en una mística que mantuvo perseverantes a las y los promotores/actores de dichas civilizaciones. El sistema-mundo-capitalista liberal estuvo y está aún fundado en una interpretación de la mística cristiana, especialmente en su versión protestante.

No es viable apostar por lo imposible sólo pertrechados de recursos técnicos y materiales. Retos, como el sobrevivir al cambio climático requieren de estímulos y experiencias espirituales. Necesitamos activar nuestra dimensión espiritual adormecida por la tecnociencia moderna, o apabullada por materialismos impertinentes. Si queremos ser realistas apostando por lo imposible, soñando cambiar el sistema-mundo-capitalista, debemos volver a creer en lo más profundo e íntegro de nosotros mismos. Esa dimensión es la espiritualidad. La fuerza que activa y mantiene en cada uno de nosotros nuestro compromiso ético en lo que todavía no vemos.

Ya lo veo. Ud. me dirá: nuevamente con sermones religiosos. No. No hablo de religión. Hablo de espiritualidad que es esa dimensión de la profundidad humana. Una realidad, si no es antirreligiosa, es meta religiosa. La espiritualidad es ese fuego de la libertad que mantiene ardiente las brasas de la rebeldía y la disconformidad. Sin ese fuego, la humanidad hace rato hubiera sucumbido presa del conformismo. La espiritualidad es ese fuego que a cada instante nos impulsa a seguir gastando la vida por lo que creemos y soñamos, incluso cuando sólo avizoramos en el horizonte derrotas y fracasos.

Como verás, la espiritualidad auténtica e indeterminada no es monopolio de las religiones. Y es más, la auténtica espiritualidad es excluyente con la institucionalidad religiosa. Y si no, dígame Ud. ¿de dónde saca energías la madre o el padre de familia desempleado para seguir bregando en la vida? ¿Por qué se resisten a morir los condenados del sistema-mundo-capitalista, incluso sabiendo que más temprano que tarde morirán? ¿Qué nos mueve a ti y a mí para apostar por un feliz desenlace final en un planeta herido que rueda a la deriva? Eso es la espiritualidad, aquella experiencia significativa con lo más trascendente que habita en ti y que te dinamiza hacia la transformación y el compromiso ético.

Desconfiamos de la espiritualidad porque, por lo general, sólo nos dieron a conocer espiritualismos a históricos y desencarnados (no comprometidos). La auténtica espiritualidad mueve a la permanente transformación integral de las personas. Cuestiona y previene dogmatismos políticos, económicos, religiosos esterilizantes. La espiritualidad se vive en la cotidianidad de la vida. Por eso existen tantas formas de vivir la espiritualidad como culturas, seres humanos y cósmicos existen.

Para cambiar el actual sistema-mundo en vigencia necesitamos una profunda revolución moral e intelectual. Necesitamos cambiar la configuración de nuestro cerebro y de nuestro corazón con sus contenidos incluidos. Y para ello necesitamos revolucionar la estructura de valores en la fuimos formados y que actualmente respiramos. Nos configuraron y nosotros configuramos a los demás para premiar la competencia y “sancionar” la cooperación. Si ves al otro como enemigo, triunfas. Si ves al otro como hermano, fracasas. Si acumulas mayor patrimonio económico y tienes gran capacidad de consumo, eres un triunfador frente al austero que toma lo esencialmente necesario para vivir con dignidad. Las sociedades energívoras y con mayor huella ecológica son reverenciadas como países desarrollados, arquetipos para los “sub desarrollados”. Si te ajustas y emulas la cultura de la muerte, eres un referente a seguir. Si promueves la cultura de la vida, defendiendo el agua, la Tierra, la Amazonía, la complicidad de los pueblos despiertos anti depredadores, entonces, te catalogan y persiguen por terrorista, agitador de la violencia, etc. Estas condiciones y configuraciones éticas es lo que debemos cambiar si en verdad apostamos por transformar el sistema-mundo de la muerte.

Aquí tiene una vital importancia la espiritualidad de la Tierra. La Madre Tierra es esencialmente energía que se impone a la muerte sistemática. Así evidencia su tortuosa historia de miles de millones de años de existencia. Nosotros nacimos a lo fácil. Cuando ya la Madre Tierra había anidado las condiciones adecuadas para vivir. Pero el proceso para el surgimiento de la vida fue apoteósico. Meteoritos, gases tóxicos, convulsiones, fracturas, glaciaciones, fuegos infernales sacudieron a la Tierra, y ésta se aferró a la vida y sobrevivió. Nosotros, humanos, sólo somos un instante en esta infinita y fecunda historia. Somos, como dice L. Boff, sólo una manifestación de un nivel de mayor complejidad de la misma Tierra. En ese sentido somos tierra en condiciones complejas. Tierra autoconsciente, que piensa, que ama, que odia, que sueña. Somos Tierra preñada de libertad, de espiritualidad y de trascendencia. He aquí la esencia de nuestra espiritualidad.

La espiritualidad de la Tierra consiste en el retorno a nuestra condición esencial y original: Tierra autoconsciente que coexiste y convive con el resto de las y los integrantes de la comunidad cósmica, tejiendo una infinita gama de interrelaciones equilibradas. Por nuestros cuerpos transcurren los mismos elementos químicos que estructuran y dinamizan a animales, ríos, mares, montañas, plantas, rocas, estrellas, meteoritos, planetas, galaxias, etc. En este sentido somos hermanas y hermanos entre todas y todos los integrantes del planeta y el pluriverso, porque provenimos de un mismo origen. Cada uno de nosotras/os llevamos Tierra en nuestra existencia, y entre todas/os los cohabitantes del planeta conformamos la Tierra completa.

Esta condición de hermandad e interdependencia nos obliga a la cooperación y la solidaridad, al reconocimiento y respeto de las diferentes formas de vida y existencia, a la complementariedad entre los diversos, y la complicidad entre todas y todos para inventar/criar una sinfonía de vidas, más allá del sistema-mundo de la muerte.

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