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BOLIVIA - Hacia una cultura de la no violencia activa

Jubenal Quispe

Miércoles 28 de marzo de 2007, puesto en línea por Jubenal Quispe

A raíz de las últimas confrontaciones violentas en la ciudad de Cochabamba, iceberg de los históricos desencuentros bolivianos, urge plantearnos el reto de la construcción de una cultura de la no violencia activa.

La cultura de la no violencia activa es un estilo de vida permanente fundado en unas interrelaciones equilibradas (justas) entre los seres humanos, de ellos con el resto de la naturaleza y con el mundo de las divinidades. La mística que mueve a los sujetos de esta nueva cultura es el cuidado de la vida en sus diferentes manifestaciones. La ética de la cultura de la no violencia activa es la restauración de las interrelaciones equilibradas en la comunidad cósmica, incluida la comunidad humana. Su utopía, posibilitar la plenitud de la vida en sus diferentes formas (desarrollando las potencialidades de sus miembros).

La cultura de la no violencia activa implica la autoliberación interna de los dolores y las amarguras que cada ser humano carga consigo. Sólo quien se perdona y se ama a sí mismo, puede perdonar, amar y posibilitar una cultura de la no violencia.

En una realidad violentada, como la nuestra, los sujetos de la no violencia activa asumen una actitud militante de denuncia permanente para desenmascarar las estructuras y las relaciones de poder encubridoras e incubadoras de la violencia.

La violencia, activa o pasiva, es la perversión de las relaciones equilibradas que siempre culminan en situaciones caóticas. Así tenemos la violencia social expresada en la exclusión, sometimiento y marginación de sectores enteros a los intereses de unos cuantos. Violencia económica que consiste en la riqueza de unos pocos a costa de la miseria de muchos y de la devastación del planeta Tierra. Violencia cultural exteriorizada en el capital de la blanquitud para unos pocos y en el veto de oportunidades para cuantos no se adecuan a la estética convencional impuesta por el sistema dominante. Violencia política manifestada en el monopolio del poder de una élite a costa de la subalternización de las grandes mayorías. Violencia contra la Madre Tierra producto del “desarrollo infinito” y del consumismo frenético de los energívoros. Estas y otras violencias son algunas veces psíquicas y otras veces materiales.

Estas violencias, por su carácter permanente y sistemático, se han constituido en una “realidad natural” inobjetable. Ya no nos conmueven, las asumimos como algo natural. Por eso nos ruborizamos cuando “algunos” (los afectados) cuestionan o se rebelan frente a dicha “realidad natural”. Los dominadores conciente o inconcientemente la practican, y los dominados la internalizan hasta hacer suyo dicho sistema e incluso defenderlo.

Si analizamos las causas de las revueltas y las convulsiones sociales, veremos que, en la mayoría de los casos, éstas no son más que consecuencias de la práctica sistemática de las violencias anteriormente mencionadas. Son la consecuencia, de la sistemática violencia que padecen. Por tanto, la condena no debiera ser a las consecuencias de la violencia, sino a las causas.

Por eso la cultura de la no violencia activa no es sólo cuestión de denuncias esporádicas en contra de las guerras (pacifismo), ni mucho menos manifestaciones, ni declaraciones por la paz sin ningún compromiso activo permanente por la transformación de las causas estructurales de las convulsiones o revueltas. Estas manifestaciones “angelicales” no son más que expresiones de legitimación y mantenimiento de las estructuras encubridoras e incubadoras de la violencia sistemática. Muy en el fondo, estas manifestaciones, no son más que una violencia pasiva, cómplice con el ejercicio de la violencia activa.

La cultura de la no violencia activa consiste en revelar el ejercicio “sutil” de las diferentes formas de la violencia activa y pasiva, condenar sus consecuencias y reconstruir (reconciliar), bajo el principio de la justicia ecológica, las interrelaciones quebrantadas para posibilitar una plenitud de vida en sus diferentes formas. Así lo hicieron los maestros de la no violencia activa como Jesús de Nazaret, Mahatma Gandhi, M. L. King, Oscar Romero, Silo y muchos otros/as.

La fecundación y el desarrollo de la cultura de la no violencia activa requieren, ante todo, del compromiso de cada uno de nosotros. De nuestra capacidad de reconciliarnos (autoliberarnos) con nosotros mismos. Las familias, las escuelas, las iglesias, los medios de comunicación y todas las entidades públicas y privadas deben coadyuvar en la autoliberación personal y colectiva.

La cultura de la no violencia activa requiere de la perseverancia de cada uno de nosotros/as para desenmascarar y denunciar las violencias sistemáticas y persuadir a la sociedad de que es posible un planeta con relaciones equilibradas. Para ello tenemos que acudir a todos los instrumentos posibles: correos electrónicos, artículos de prensa, volantes, manifestaciones no violentas, consumo responsable, etc. Es posible. En nosotros está el poder de desenmascarar y revertir las relaciones violentas encubiertas.

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