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CHILE - El país desde el borde de una cancha de fútbol

Ariel Zúñiga

Martes 9 de septiembre de 2008, por Ariel Zúñiga

Quizá no exista en nuestro país otra perspectiva que el fútbol para analizarlo completo y desnudo al mismo tiempo, pues el juego de veintidós personas tras una pelota es tan sólo la excusa para que se movilice todo un país en torno a ella como si se tratara de repeler una invasión.

Distinto sería si Chile fuera el gran campeón en cada torneo en que se presente o que este deporte aportara directa o indirectamente al erario público de modo determinante; ocurre todo lo contrario, el deporte en general y el fútbol en particular no nos generan más que decepciones y gastos. El modo en que consigue producirnos ambas cosas obstante la evidencia es un misterio. El fervor futbolero es directamente proporcional a sus fracasos.

Decirlo ahora parece un comentario más de los usuales de generales postreros a la batalla. Defenderé que no es el caso mencionando que hace casi un año cuando se designó a Marcelo Bielsa como director técnico de la selección nacional escribí una crónica, publicada en este mismo medio, criticando la actitud de los fanáticos, y especialmente de la prensa, de histeria y confianza ciega en que una varita mágica nos convertiría en príncipes de la noche a la mañana.

Es absurdo generalizar a un país pero de todos modos es preciso dejar constancia de lo afables que suelen ser los brasileros, incluso en los peores momentos no mezquinan una sonrisa, un baile o levantar el pulgar mientras dicen “legal”. Ellos, los monarcas indiscutidos en el juegito de la pelota, deberían tomarse como un paseo a los potreros visitar un lugar tan gris y frío como Santiago, y sin embargo leyeron la prensa y se tomaron la molestia de ofenderse por los comentarios triunfalistas de los tarados de turno. Vinieron, hicieron su trabajo, nos golearon, y volaron hacia rumbos civilizados; sin olvidarse de declarar que era una molestia viajar a Chile pues siempre eran maltratados, descalificados, y no se les respetaba como profesionales. Ninguno aludió a que se les debía pleitesía, o que se les debería recibir con ofrendas, libaciones, y vírgenes en sus habitaciones, sino tan sólo el respeto acorde a deportistas que compiten tras un trofeo de bronce con vidrios incrustados.

En dos oportunidades me tocó estar solo en ciudades en que sus equipos locales aspiraban a la copa “Libertadores de América”, una vez en Rosario y la otra en Porto Alegre. En ambas me imaginé bares atestados de fanáticos pintarrajeados, irascibles, y luego desórdenes públicos cualquiera fuera el resultado; en los dos casos me llevé por sorpresa que un televisor en el rincón de un restaurante a penas era visto de soslayo por los parroquianos mientras dedicaban su tiempo a cualquier cosa más importante como a degustar su cerveza “Santa Fe” o “Polar”. Conclusión, sólo Chile se paraliza por un partido de fútbol, el que no precisa ser una final pues de lo contrario ocurriría cada veinte años.

Es un placer culpable, más bien una autoflajelación, nuestra burda tendencia a tomarnos el tema de la pelotita como una cuestión de estado. Seguirá nuestra latente imbecilidad emergiendo a borbotones, gestionada por los inverves onanistas que se dicen periodistas, pues ni memoria ni precedente parece importar a los millones de trogloditas que marchan sonrientes al matadero.

Por una extraña razón este lamentable espectáculo resulta positivo pues es común en nuestros vecinos, con la evidente excepción de Brasil y Paraguay, que la importancia que le adjudicamos al fútbol se la otorguen a la política electoral y cada cierto tiempo inventen la pólvora organizándose en torno a ella con antorchas ardiendo ¿Será que la dictadura destruyó todas nuestras esperanzas y el en fútbol se ha alojado toda la mística que se precisa para conservarse con vida?

responsabilite

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