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Decir socialismo de balneario es más adecuado

Esa izquierda liberal de la que tanto se parlotea

Ariel Zúñiga

Viernes 3 de julio de 2009, puesto en línea por Ariel Zúñiga

El liberalismo es un acervo doctrinario que maduró entre doscientos y trescientos años, dependiendo de los autores que consideremos sus exponentes, antes de transformarse en una fuerza política y asaltar el poder del Estado. Al hacerse gobierno impuso la democracia censataria, es decir, un sistema aristocrático más eficiente que el monárquico nobiliario; los caros principios esenciales del hombre no alcanzaban a los pobres, niños, mujeres, ancianos desvalidos y por supuesto tampoco a los esclavos. Napoleón Bonaparte emprendió una campaña liberalizadora por Europa sin embargo sus propias colonias se rebelaron, siendo Haití la única vencedora en ese proceso. Este sistema con pequeñas modificaciones formales es el que aún nos gobierna.

La izquierda, en cambio, nace al alero de uno de los primeros gobiernos liberales o más bien en su traumático establecimiento, es decir, la revolución francesa. Independiente de los valores no europeos que han enriquecido la doctrina de la izquierda su origen es típicamente europeo y liberal, se trata de una radicalización de la misma doctrina que había madurado doscientos o trescientos años desde un intuitivo humanismo. Tanto los primeros izquierdistas como los que aún algunos veneran como auténticos profetas discurrían sobre lo mismo: Extender los derechos esenciales del hombre a todos los hombres. Entre la monarquía y el liberalismo existían considerables diferencias intraoligárquicas pero ninguna para los oprimidos salvo el que el sistema de poder más eficiente hacía más precaria la existencia para los más vulnerables. Guardando las proporciones, para una persona en la extrema pobreza que gobierne una dictadura o una democracia liberal es una situación irrelevante, no deja de ser una disputa intraoligárquica, abstracta, que no afecta ni mejora su situación objetiva.

¿Izquierda Liberal?

Por la razón histórica anotada la izquierda es, necesariamente liberal, pero al ser una radicalización del liberalismo o mejor dicho, el genuino propósito de llevar a cabo ese programa gastado de tanto hablarse de él de los dientes hacia afuera, existe una diferencia abismante entre ser de izquierda y ser liberal. El liberal se sirve de una doctrina desarrollada por las mentes más lúcidas de los últimos quinientos años para justificar en las masas un programa político y económico absolútamente contrario a sus postulados. El liberalismo discursa sobre los derechos esenciales del hombre mientras promueve un sistema que no es otra cosa que la continuación de la ley de la selva. De este modo confunde y adormece a las masas prometiendo que en un futuro distante y siempre inalcanzable progresaremos y por fin regirán esos valores para todos; sobre tal promesa -o amenaza velada- se exige el acatamiento a las injustas normas del juego que sólo benefician a unos.

Preliminarmente podemos concluir que o toda la izquierda es liberal o que ambos conceptos se repudian debido que los liberales sólo se sirven del discurso para promover un sistema antiliberal. Un sistema que según las trampas lingüísticas que nosotros mismos hemos posibilitado hoy por hoy denominamos neoliberalismo en su versión más extrema.

El Antiguo Régimen.

El término antiguo régimen surgió en el mismo momento que el de izquierda, es decir, al fragor de las disputas entre jacobinos y girondinos. Los defensores del antiguo régimen eran los reaccionarios, los que querían que retornara la monarquía, los que pretendían que el reloj se atrasara pues el progreso era entendido como el curso natural de la historia.

El proceso de desmonarquización culminó en gran parte de Europa con las guerras napoleónicas pese a los vanos intentos de restauración, la burguesía había triunfado. Pero aún la mayor parte del mundo, tanto en población como en territorio, seguía siendo monárquica y feudal; el proceso de desfeudalización aún no concluye, basta mirar hacia Bolivia, Brasil y Paraguay.

Tal situación es la que hace que muchos se confundan y hasta hoy en los lugares recientemente desfeudalizados o aún feudalizados se tiende a mirar a la derecha urbana e ilustrada con cierta indulgencia por parte de la izquierda, a esto contribuyen las tácticas escritas para la revolución Rusa, quienes enfrentaban el mismo problema pero hace CIEN años, creyéndose que sellando alianzas tácticas con los liberales se fortalece estratégicamente la posición de la izquierda.

Gracias a esta triada, irreal pero teórica y ligüísticamente asentada, se ha realizado la nefasta distinción entre derecha, izquierda y centro. Tal brutalidad autoriza a otras equivalentes como hablar de centro-derecha o centro-izquierda.

Desde luego que los reaccionarios aún existen, aún están los que quieren azotar con su fusta y por sí mismos a los pobres que se rebelan. Pero eso no nos debe confundir que tanto reaccionarios como liberales son defensores del sistema existente, y por lo tanto están no sólo a nuestra derecha sino que a la derecha.

Conclusión General.

Por lo mismo hablar de izquierda liberal, mediante la impostura de dividir en tres las posiciones políticas estratégicas (defender lo existente, oponerse a lo existente y ninguna de las anteriores) es tan absurdo como hablar de centro izquierda o centro derecha, pues dicho centro no pasa de ser un cazabobos. Dentro de la derecha existen diferencias, eso está claro, como las miles que existen dentro de la izquierda. Existen derechistas que pretenden más uso de la fuerza y menos de la legitimación ideológica mediante el uso discursivo del liberalismo y viceversa, pero ambos defienden lo existente, es decir, un sistema aristocrático que procura felicidad para una proporción ínfima de la población mundial a costa de la explotación de la mayoría.

Hablar de izquierda liberal es tan absurdo como decir derecha antipatronal, revolucionaria o antisistémica.

Conclusiones para Chile.

El soslayar estas obviedades que acabo de sintetizar, que pueden ser consideradas por algunos incluso una ofensa el que las mencione, trae efectos PRÁCTICOS catastróficos.

Hace más de dieciocho años se produjo la última ruptura importante en la concertación que aún gobierna; ya en esa época para los grupos más prudentes de la izquierda chilena se hacía intolerable sostener una coalición política con acérrimos defensores de lo existente que no tenían ninguna intención de producir las reformas estructurales mínimas que exigía la decencia. La concertación se consolidó a principios de los noventa como una derecha propiamente tal, incapaz de confundirse hasta por el más desprevenido como centro derecha. Sus ideólogos han profitado hasta hoy de una derecha minoritaria reaccionaria, ultra conservadora, integrista y militarista, para hacer creer a la población que eso es ser de derecha. Mientras se ha continuado e inclusive se han radicalizado las políticas de la dictadura.

Después del affair Cura Pizarro y Max Neff, la izquierda se propuso una táctica electoral de resistencia pero ha cometido el error de considerar como aliado natural a la concertación debido a los vínculos afectivos solidificados durante la dura represión militar. Por lo tanto las campañas de izquierda siempre fueron desde entonces fachadas para asegurar votos a la derecha concertacionista; similar a los acarreos de principio de siglo los llamados a votar por un candidato que seguramente saldría tercero envalentonaría a la dirigencia para solicitar que dirimiera entre el mal menor en segunda vuelta so pretexto de la verdad y la justicia en un comienzo y luego del término de la exclusión. Sabemos que ambos han sido tan sólo estafas masivas peores en cantidad de afectados que la de los quesitos.

Si la izquierda continuaba majaderamente con Hirsh posiblemente se conseguiría tarde o temprano la victoria electoral tal cual en un momento sucedió con el Pije Allende. Pero para eso se requería unidad y coherencia, lo cual era destruido siempre en segunda vuelta por la absurda conclusión teórica de alguna dirigencia de considerar aliados naturales a la concertación.

Finalmente esa errónea concepción quebró la frágil unidad de la izquierda en un momento de crisis y en que numéricamente más ha crecido un votante potencial para un conglomerado unitario. Precisamente cuando la concertación puso al candidato más derechista (reaccionario) que podría colocar haciendo estériles de inmediato los argumentos -argucias- condescendientes con la alianza gobernante.

En vez que un Hirsh disputando el segundo lugar, llegando sólido a segunda vuelta, y quizá triunfando si es que llegaba a dicha instancia con Piñera, tenemos a Arrate y Navarro peleándose en el suelo por los despojos, y a Ominami riéndose de todos nosotros. Jorge Arrate, que tan sólo hace unos cuantos meses le calló la chaucha que la concertación es una estafa, con Navarro, quien fue electo senador en un partido socialista que utiliza la bandera roja como patente de corso.

Aquellos que vituperan en contra de la teoría deben enterarse tarde o temprano que han sido estas cuestiones academicistas, de iluministas, de bibliófilos, las que han sellado la derrota no el consecuente trabajo de base que no se ha detenido. Ha sido el error de algunos dirigentes lo que ha producido este horror: Una derrota contundente, categórica y que además amenaza la continuación unitaria en la lucha.

Es urgente que la izquierda se de por enterada que su teoría ha fracasado una vez más y que no se puede seguir recurriendo a ella salvo que se quiera continuar en el fracaso. Esto tenemos que hacerlo con la urgencia y seriedad que amerita pues el fracaso en diciembre es un hecho consumado y de nada sirve invertir balas en jotes; nos arriesgamos a que cunda el pánico y algunos crean que esto se puede hacer sin pensar, sin reflexionar, justo aquello que la derecha quiere para exterminarnos o amancebarnos.

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