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El mientras tanto también nos importa

Un programa débil para la izquierda

Ariel Zúñiga

Jueves 13 de agosto de 2009, por Ariel Zúñiga

Desde esta tribuna he sido constante, incluso majadero, en sostener que el único fin posible de la izquierda es la disolución de todas y cada unas de las jerarquías; la emancipación del hombre es la abolición, no en el discurso sino que en la práctica, del imperio de unos sobre otros.

Conceptuar a la izquierda de ese modo revela el carácter reformista de todos los empeños actuales de resistencia o de institucionalización. El motivo del presente texto es explicar de qué modo es coherente un programa débil para la izquierda, de contención, resistencia o reinstitucionalización, con una definición estricta de un horizonte común, transversal a casi todas las tendencias emancipatorias de la actualidad. Y más, que dicho programa fuerte y programa débil constituyen un binomio inseparable, urgente de asumir como tal para no socavar legítimos proyectos de transformación que si bien no son emancipatorios tampoco son reformistas.

Muchos confunden el propósito final y compartido de la izquierda con aquello que propone el liberalismo político. La vigencia de un Estado constitucional de derecho en sentido amplio, un Estado de bienestar, parece un modo de concebir dicha utopía sin embargo, dicho modo de organización no es posible de implementar ni siquiera en pequeños territorios. Las condiciones que permitieron la proliferación de algunos estados de bienestar ya no existen por lo que se hace compleja incluso la defensa de los sistemas de protección social de primer mundo los cuales para el resto del orbe no dejan de parecer privilegios. El bienestar europeo se financió con el plan Marshall en un comienzo, con la explotación de África y los trabajadores y consumidores de sitios muy distantes, entre ellos nosotros. No se trata tan sólo de que Europa se enriqueciera gracias a América y luego por la explotación de sus propios ciudadanos durante la revolución industrial; la explotación pervive debido a que lucran con mano de obra calificada con recursos fiscales de tercer mundo y el doble rasero del libre mercado les permite vender caro y lo que quieren, comprar barato y lo que desean.

Los altos costos de un Estado de derecho de bienestar hace ineludible la pregunta sobre cómo se conseguirían por otras naciones si ellas pretenden implementar esos estándares. La economía no es tan sólo el reparto de un pastel, como algunos ingenuamente sostienen, sino que la producción de riquezas. Eso requiere inventiva, innovación, tecnología, etc. La confiscación de las riquezas de algunos no subsanarían los problemas fiscales, ni siquiera a corto plazo; el ejemplo cubano es elocuente al respecto. El que un diez por ciento de la población mundial viva a la europea ha llevado al mundo a una situación de colapso ambiental por lo que una transformación racional y consciente de la humanidad se sitúa en sus antípodas.

La finalidad de la izquierda es universal, la emancipación de hombre no puede ni siquiera implementarse parcialmente en los estados nacionales puesto que ellos penden de una mitología fundacional que es preciso derribar de antemano. Avanzar hacia la izquierda supone algo más que la mera organización de los seres humanos existentes puesto que implica la aspiración de evolucionar conscientemente haciendo de la humanidad lo que el hombre desea que ella sea y no sólo un modelo al que fuimos arrastrados por la circunscripción espacial militar de hace diez mil años.

La política para la izquierda se confundiría con una actividad de masificación de sus cuadros con indiferencia a las injusticias contingentes pues ellas serían consecuencias necesarias de la estructura que se pretende disolver. Esto último es propio de la izquierda académica de primer mundo que acepta de antemano su incapacidad de participar en la política de masas.

Sin embargo este sentido puro de la izquierda, mediante el cual podemos demarcar qué es ser o no parte de ella, y por extensión quienes son y quienes no nuestros compañeros, si lo desarrollamos con la frialdad metódica de la racionalidad instrumental europeocentrista termina siendo una serpiente que se come a ella misma. El motor es una voluntad autoconsciente de transformación, no una conclusión sino que un sentimiento de indignación hacia el mundo al cual fuimos arrojados. La movilización no pende de lo que aprendimos o de lo que es posible de que se enseñe en un pizarrón; es la vida misma lo que nos ha hecho de izquierda. El capitalismo nos ha hecho anticapitalistas; es la rebeldía lo que transformó a lo mineral en biológico, al mono en hombre, al hombre, de mero animal gregario jerarquizado al sedentarizarse a lo que queremos que éste sea.

Ya que es el sentir quien nos enfrenta al mundo ningún plan nos puede enfrentar a dicho malestar, ninguna promesa de redención nos atrofiará impidiendo que nos batamos a duelo, en cada momento, por muy pequeña que parezca la causa, por más incoherente sea con una finalidad futura. Es más, si la transformación de la humanidad es la trasformación del hombre ser de izquierda es una lucha cotidiana, microsociológica, micropolítica, muchas veces individual, tratando de sobrepasar los límites del adoctrinamiento desenducándonos, luchando con nuestra conformación bioquímica de modo de vencer las barreras materiales que nos atan a la barbarie.

Puesto que es un empeño de cada día no se puede tildar de antemano a tal o cual lucha de izquierda, de antisistémica o de reformista; lo único revolucionario sería destruir las jerarquías, no el sustituirlas por otras, pero aquello no es posible de ser realizado por una vanguardia por muy disciplinada y armada ella esté. Es el hombre el que se hará cargo de su destino o será mientras una lucha entre poderosos, o entre estos y los desposeídos en abierta desigualdad. Nuestro bando no puede estar, por lo tanto, en una bandera, en una roca estéril al cual se le llama con cinismo o hipocresía patria.

Dicho punto distante en el horizonte al cual nos acercamos o distanciamos con nuestras acciones sigue estando a generaciones de distancia; muy poco de los ejercicios radicales nos ha acercado a ese fin, pero al menos nos han dejado en claro que no existen atajos. Serán muchos años en los cuales la izquierda deberá lidiar en la humanidad existente y es urgente, tanto como una definición política de un programa fuerte, la de un programa débil. Y por programa débil no podemos hablar de reformismo, tampoco de un punto intermedio entre capitalismo y “socialismo”; me refiero a minimizar las injusticias cotidianas implementando medidas coherentes a dichos propósitos mientras se avanza hacia la emancipación.

Gran parte de la izquierda sigue embriagada en la jerga de guerra fría sea en sus fases bolchevocubistas o de dictadura versus democracia. Es por ello que se define el ser de izquierda en función de qué tan antiyanqui se sea, anti militarista o anti imperialista. Se precisa de una definición en positivo, algo que antes del triunfo de los bolcheviques en Petrogrado era obvio pero que se ha olvidado: Se era de izquierda no por estar en contra de un gobierno o de un sistema sino porque se estaba a favor de uno, distinto al existente. Antes de la revolución rusa la distinción entre comunismo y anarquismo no pasaba de ser una cuestión analítica destinada a los expertos, todos se dirigían hacia el mismo punto al cual podían llamar indistintamente así o también sistema socialista. Desde entonces la izquierda se ha concentrado en programas débiles pero que las dirigencias han hecho ver como equivalentes a su finalidad, y a veces hasta suficientes. Abandonado el proyecto de emancipación de antemano, aún así se ha reprochado a otros el ser reformistas. Ser revolucionario se confundió con el poder ser definido como tal de acuerdo a cánones racionalmente castrados.

Se precisa por lo tanto, en relación a la renovación de la izquierda, a que ésta se vuelva a constituir y organizar en función de la finalidad común que persigue. Al hacer explícita la necesidad ineludible de avocarse conjuntamente a un programa débil puede organizarse para la prosecución de éste siendo políticamente coherente con la emancipación sin recurrir a explicaciones ad hoc y o a mesianismos.

Si bien en teoría el capitalismo no es distinto que el esclavismo mercantilista eso no significa que mediante nuestras acciones u omisiones permitamos que se regrese a esas formas de organización estatal. En política no todo es ganar, es importante también, cuando no es posible aquello, empatar o perder lo menos posible. La dificultad para definir un programa débil para la izquierda, es decir, un programa no deseable pero preferible ante otros, estriba en conceptuar estáticamente o bien en oposición a programas reales o supuestos en otros, definidos a priori como enemigos. Es decir, es parte del error común de muchos militantes y dirigentes de seguir profesando ideas obsoletas, incapaces de guiarnos en el mundo tal cual este es, haciendo de la ausencia de autocrítica un culto. Ser coherente es seguir caminando pese a todo hacia el mismo punto no el caminar en círculos defendiendo a un mapa probadamente mal confeccionado. La política no es ganar siempre, pero el modo en que ella no sea sólo un regateo consiste en que al tiempo en que se lidia en el espacio político existente se construya lo propio. Querer lo peor para el hombre no es un camino indicado; una revuelta de descontentos no sentará las bases de una nueva humanidad pues tan sólo puede derrocar gobiernos no a un Estado, menos cuando éste rige incontestablemente a todo el planeta.

Para comprender al mundo nos basta y nos sobra la ciencia. No existe una ciencia de izquierda y otra de derecha, existe ciencia y punto. Ella es nuestra brújula, ella nos enseña que el hombre puede cambiar mucho más de lo que el avinagrado Hegel o el irascible Marx creyeron en su momento. El producir dichas transformaciones conscientemente hoy no sólo consiste en un anhelo de algunos iluminados inconformistas sino que es el único modo de librarnos, o sostenernos luego, de un colapso ambiental producido por la proliferación irracional del hombre. Excusas para crecimiento poblacional abundan en los discursos autocomplacientes, racionalmente incompletos, algunos de ellos provenientes desde la izquierda.

El lenguaje y la ciencia no han implicado que el hombre deje de ser una bestia pero es posible producir dicho salto evolutivo que nos separe de una vez por todas de lo atávico al tiempo en que nos conecte con la materialidad de un modo novedoso para ser conscientes y religados a la tierra, partes de un ecosistema, autoasumidos en dicha condición.

La rebeldía es el motor, la causa de la izquierda son todas las causas. Es preciso que se comprenda lo ambicioso del plan común, pese a ello lo realizable que éste es, y que se lo persiga; al mismo tiempo se den las luchas cotidianas, se persevere en ellas, en su auténtico sentido revolucionario. Toda parte del mundo es el mundo, toda causa son todas las causas, en cada una de ellas la humanidad que queremos está en juego. Reformista es aquel que quiere remendar el mundo, engrasar el cadalso, moler nuestras entrañas respetando las normas de salubridad, no quien intenta lidiar con el mundo peor al tiempo en que boga hacia un mundo mejor: Hacia una humanidad a la altura de nuestros sueños.

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