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Que de todos modos deberá pagar a los profesores

CHILE - Nuestro gobierno niahísta

Ariel Zúñiga

Domingo 25 de octubre de 2009, por Ariel Zúñiga

Mi generación es la que no estuvo ni ahí, la que creció abatida por los cadáveres de los hermanos mayores o primos, arrojados a patear piedras, obligados a aceptar un mundo tan bestial como fatal, inamovible. La que debió pagar los errores del pasado, la desidia del presente y la promesa vacía del futuro. La que nació madura, prematuramente vieja y definitivamente derrotada.

Sólo algunos pudieron darse el lujo de evitar la política por mera frivolidad, al resto se nos impuso la desmovilización, y en picas quedaron las cabezas de quienes pataleamos para asustar a los indecisos.

Pasa el tiempo y el país no cambia un palmo, el gobierno impávido, los perros policiales mordiendo a todos los que reclaman y si es preciso, corriendo balas, matando gente, torturando, así tal cual, como los relatos de la “cooperativa” que escuchábamos debajo de la cama; como el infierno que intuíamos abrazados mientras los helicópteros de los enemigos surcaban el cielo de la cuatro álamos y la villa México.

Nada ha cambiado, salvo que los blancos móviles ya no son mis vecinos, y que los enemigos eran compañeros en el pasado.

Del niahísmo de los noventa al gobierno niahísta del dos mil, del laisse faire laisse passé que permite que los grandes capitales actúen a su antojo, según su infinita codicia, y las policías militares como el ejército israelí desplegado en Gaza.

En tan descalabro vendido de orden, cada cachiporra, cada artero disparo policial se efectúa hace unos meses con la anuencia de los recientemente reconcertados.

El partido comunista es el aval de los asesinatos, así como Bachelet es su autora mediata, tal cual Pinochet en su momento pues bien sabemos que nunca apretó el gatillo, ni en esa fatídica tarde en la “cuesta creerlo”.

Es Bachelet la que amenaza con arrojar niños de un helicóptero, la que desata una guerra química en la araucanía, la que dispara en contra niños, en contra escuelas, en contra chilenos como mis vecinos allanados una vez al mes hace veintidós años.

Y la presidenta sonríe, deja hacer y pasar, a la economía y a la aplanadora represiva que la posibilita. Y la prensa se molesta porque la llaman caradura como si dejara de serlo por no mencionarlo. Y los comunistas se ven muy cómodos hablando desde el podio presidencial, en esa Moneda reconstruida por conscriptos del ejército. Hablan felices mientras los periodistas recogen los cables y los micrófonos; pero no mencionan nada de la carnicería, nada sobre el caótico y previsible corolario de la política niahísta.

Mientras se deja hacer y pasar se regatea cada céntimo. No existe un límite a la mezquindad fiscal, al menos cuando debe gastar en algo distinto que balas para sus asesinos a sueldo o sobornos para sus soplones.

Pero tal modo de eludir los conflictos sólo sirve para eternizarlos.

La ministra de educación Mónica Jimenez, representante de la más ruin plutocracia conservadora, aquellos de la moral del poto y el pico, tan facha que ni Piñera la colocaría en tal cargo, ha sido la encargada de detonar la carga explosiva. Luego de meses de negociaciones en el parlamento, después de un par de décadas de reclamo de los docentes, el gobierno niega que exista alguna deuda con ellos. Se despojó a los jubilados de sus fondos previsionales para salvar la banca, y después se lanzó el zarpazo a los maestros.

El colegio de profesores, a diferencia de todos los demás perjudicados, tiene el poder de la unidad gremial. Que se les declare la guerra dando por sentado que a finales de año no serán capaces de movilizarse es un craso error de nuestro gobierno niahísta. Se ha elegido el peor momento para enemistarse con el único rival capaz de hacerlos trastabillar. Si el gobierno ha apostado que la unión con el PC, pegoteada apenas con un aguachento engrudo, será capaz de evitar que los profesores exijan su dinero es porque una vez más dudan de sus propios principios capitalistas que los alumbran. Tanto los concertacionistas, como los PC, como los profesores, guardan el dinero en el bolsillo derecho. No serán las promesas vacías ni las etéreas lealtades lo que impedirá que los maestros vayan por lo suyo. El gobierno deberá pagar o los profesores desatarán el caos, pese a los patéticos ruegos de los PC en el intertanto para conservar un par de eventuales escaños.


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