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Copenhague no cambiará el cambio climático

Jubenal Quispe

Jueves 12 de noviembre de 2009, por Jubenal Quispe

Un niño descalzo y lloroso contempla impotente a su escuálida vaquita moribunda en el suelo, cuya mirada fija se dirige hacia el manante (casi sin agua) al que no pudo llegar. Miles de kilómetros más sobre el nivel del mar, un hombre de rostro curtido y dedos casi sin uñas, mira el ocaso ardiente, y con su mirada compungida nos dice: habrá que huir a algún lugar, porque la lluvia aún no volverá. Estas no son dos estampas de la África Sahariana. Son desgarradoras realidades que están ocurriendo en Bolivia, quinta potencia mundial de reservas de agua dulce registradas.

Mientras esto ocurre, científicos altamente cualificados sobre cambio climático de la ONU nos anuncian como primicias de sus investigaciones en Bolivia: el tiempo errático, la retirada forzada de los nevados, carencia de agua, desertización de los bosques, etc. Eso hace rato que lo sabemos por nuestra cruda vivencia cotidiana.

Al mismo tiempo, los líderes del mundo se “preparan” para la15° Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que se realizará en Copenhague del 7 al 18 de diciembre del próximo año. En este hiper publicitado evento intentarán negociar cuánta basura (gases contaminantes) más arrojarán a la atmósfera los criminales del planeta. Además, a los países empobrecidos y menos criminales les dirán por cuántos dólares limpiarán con sus bosques la basura que aquellos emiten. Copenhague no tocará las causas del infierno global, engendro de la modernidad. Ni mucho menos hará justicia con las víctimas climáticas que hoy miramos a todos los horizontes buscando huir de la locura climática.

Desde hace décadas, científicos “locos” y activistas “apocalípticos” vinieron anunciando lo que ocurriría si acaso no superábamos el modelo de vida de la “civilización” occidental. Pero la avaricia de unos pocos pudo más que la sensibilidad con el destino del planeta. Las ansias del lucro de unos pudieron más que el sentido de la subsistencia de la vida. Y allí estamos: atrapados en un círculo vicioso de repercusión instantánea. Somos peligrosamente ignorantes de nuestra propia ignorancia y pocas veces conseguimos tener perspectivas globales de las cosas.

Hemos y estamos abusando de la Madre Tierra (Pachamama decimos los andinos), que ésta comienza a rebelarse y amenaza con elevar su temperatura a los niveles que tuvo hace cincuenta millones de años. La Tierra, como un super organismo vivo, controla su temperatura como cualquier ser viviente en función de su bienestar, y lo lleva haciendo desde que comenzó la vida, hace más de tres mil millones de años. Pero, infelizmente los seres humanos, víctimas del engaño de las filosofías humanistas, nos hemos autoproclamado señores de la Tierra y la hemos herido de muerte.

Lo más insólito es que sabiendo que el clima enloquece, que la Pachamama está herida de muerte y que comienza la venganza de la Tierra, persistimos con los “paños de agua fría” como grandes soluciones a la debacle al cual nos encaminamos. Hemos asumido como panacea el invento interesado por las sociedades satisfechas y energíboras del “Desarrollo Sostenible” (crecimiento económico, bienestar social y protección del medio ambiente, sin afectar a las siguientes generaciones) Cuando está demostrado la insostenibilidad del sistema-mundo-capitalista del progreso. Confiar en el desarrollo sostenible es como esperar que un enfermo de cáncer de pulmón se cure simplemente fumando menos. O como los marineros que queman la madera de sus naves para protegerse del frío. Si no cuidamos de la Madre Tierra, ella cuidará de sí misma haciendo que ya no seamos bienvenidos.

Nos acercamos a uno de esos puntos de inflexión, y nuestro destino es parecido al de los pasajeros de un pequeño yate que navegan tranquilamente junto a las cataratas de Niágara sin percatarse que sus motores están a punto de fallar. Frente a esta situación es responsabilidad nuestra denunciar que los acuerdos de Copenhague (como van) no serán más que vandalismo organizado en nombre de una ideología suicida y ecocida. Y por justicia debemos exigir a los principales criminales del planeta el pago de la deuda ecológica. Sólo así el niño ganadero del Chaco boliviano, ahora casi sin ganados, y el agricultor andino, sin lluvias y sin horizontes, puedan sobrevivir un poco más. Pero para que la Madre Tierra recobre el control de su temperatura, es urgente superar no sólo el modelo del capitalismo salvaje y el desarrollo sostenible (ambos fundados en el mito del progreso infinito), sino pensar también en la energía nuclear, la vida rural y el consumo respetuoso como alternativas inevitables. A estas alturas creo que somos unos toxicómanos que moriremos si continuamos con nuestra droga (mito del progreso), pero igual moriremos si la dejamos de golpe. Lo queda es la retira sostenible, como plantea J. Lovelock.

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