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Periodista y revolucionaria: Ulrike Meinhof y la Fracción del Ejército Rojo (RAF)

Cristóbal Cornejo, El Ciudadano

Jueves 20 de mayo de 2010, puesto en línea por Ariel Zúñiga

El Ciudadano - Ulrike Meinhof muere el 9 de mayo 1976, a los 41 años. Es encontrada colgando de los barrotes de la ventana de su celda. Suicidio, indica la versión oficial.

Poco más de un año después, en la cárcel de Stammheim, se “suicidan” Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan-Carl Raspe, tres de sus compañeros en la Rote Armee Fraktion (Fracción del Ejército Rojo o RAF), organización de guerrilla urbana que asoló Alemania durante los años ’70.

ALEMANIA OCCIDENTAL EN LOS ‘60

Ulrike Meinhof desde 1959 era una destacada periodista de Konkret, órgano comunista que buscaba sumar fuerzas de oposición al matiz autoritario que estaba tomando la reconstrucción de Alemania tras la guerra. Al poco tiempo, Ulrike se convierte en ícono público de las luchas sociales, ya fueran contra los planes nucleares de las potencias occidentales en Alemania, contra la Guerra de Vietnam, contra la presencia de ex nazis en cargos públicos o contra la represión policial incitada por las autoridades.

La compleja realidad de la Alemania dividida, empieza a hacer crisis en la segunda mitad de los sesenta. Entre 1966 y 1967 la República federal (RFA) sufrió una fuerte recesión económica. Fue muy notoria, en cuanto interrumpía la expansión continua que había acompañado los años de la reconstrucción y del milagro económico de Konrad Adenauer y Ludwig Erdhart.

El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) formó gobierno en 1966, comprometiéndose con una política impositiva de apoyo a la economía privada, y una política de intervención pública más centralizada, una racionalización económica y una contención de la conflictividad social que el frente conservador difícilmente podía haber gestionado sin aliados.

Dos hechos son esenciales en la radicalización del movimiento estudiantil alemán y de la propia Meinhof. El 2 de junio de 1967, los estudiantes convocan a una manifestación en contra la visita del Shá de Irán a la RFA. Ulrike escribirá: “Cuando el Sha de Persia visitó la RFA aún sabíamos poco sobre Irán, y poco sobre nuestro propio país. Pero cuando los estudiantes salieron a la calle para dar a conocer la verdad (…) entonces se descubrió que no se puede recibir a un jefe de un Estado policial sin estar simpatizando uno mismo con el Estado policial”.

Al final de esa manifestación, la policía berlinesa mata de un disparo a un estudiante que caminaba solo y sin armas de ninguna clase, Benno Ohnesorg. El Movimiento 2 de Junio -guerrilla urbana alemana de la época, de carácter más contracultural- tomó su nombre de este episodio.

Al año siguiente, se produce el atentado de un obrero anticomunista contra Rudi Dutschke, uno de los portavoces más visibles del movimiento socialista estudiantil, quien pudo regresar a la vida política luego de una larga rehabilitación. El lenguaje de Ulrike Meinhof cambia, como cambió el estado del ánimo del movimiento: “Se acabó la broma” (Konkret, 5/1968) y hay que utilizar “medios distintos de los que han fracasado, puesto que no han podido impedir el atentado contra Dutschke”.

El trabajo periodístico de Meinhof denuncia el caudal de desinformación ideológica que la cadena de medios pertenecientes a Áxel Springer derrama sobre la opinión pública alemana, legitimando el accionar represivo de la policía y de las autoridades, a través de las llamadas leyes de emergencia que limitaban las libertades públicas. En un artículo publicado en “Konkret” en 1967, Meinhof decía: “Quienes practican la discusión con las porras de goma, quienes impiden la información acerca del contenido de las diferencias de opinión, quienes ocultan a la población los hechos que documentan el carácter de la guerra norteamericana en el Vietnam, de modo que para la mayoría de la población los manifestantes tienen que aparecer como unos verdaderos idiotas, todos ellos convierten la democracia en un estado policiaco, y a los ciudadanos en súbditos obedientes”.

Todos estos hechos, extremaron las posiciones de cierta fracción de estudiantes y de la propia Ulrike. Así, se pasó de una oposición extraparlamentaria a una oposición extrainstitucional, derivando en la lucha armada como opción válida contra el Estado y el capitalismo.

LA BANDA BAADER-MEINHOF

El 14 de mayo de 1970, la vida Ulrike dio un giro total. O más bien giró en un sentido que la llevó a enfrentarse directamente con la ley.

Ese día, Meinhof apoyó la operación de rescate de Andreas Baader, que se encontraba cumpliendo una condena de tres años por la quema en 1968 de unos grandes almacenes comerciales en Frankfurt (“un acto contra la sociedad de consumo y la Guerra de Vietnam”, que Ulrike valoró críticamente). Meinhoff, ese día, no se hizo la desentendida frente al asalto del comando –como era el plan inicial- sino que escapó junto a los prófugos.

Un mes después, tras varios atracos a bancos, los integrantes de la llamada “Banda Baader-Meinhof”, viajan hasta un campo de entrenamiento guerrillero de Al Fatah en Jordania, donde son expulsados al poco tiempo por su indisciplina o, más bien, por sus diferencias culturales con los Palestinos.

A su regreso a Alemania en mayo, el grupo desarrolla en 15 días una intensa ofensiva “antiimperialista”, consistente en el robo de bancos para recaudar dinero y armas, y ataques contra edificios militares de los Estados Unidos, estaciones de policía y edificios del imperio periodístico de Springer, así como el intento de asesinato de un juez.

En un comunicado del grupo de abril de 1971, redactado presumiblemente por Ulrike, se lee: “La guerrilla urbana tiene como fin tocar el aparato del Estado en puntos muy precisos, ponerlo fuera de servicio, destruir el mito de su omnipresencia y de la invulnerabilidad del sistema. La guerrilla urbana es la lucha antiimperialista ofensiva. O somos parte del problema o de la solución, pero entremedio no hay nada”.

La RAF tenía inspiración marxista leninista, con tintes jerárquicos y distanciados de las bases. Tomaba nota de la teoría foquista desarrollada por Regis Debray, del Minimanual del guerrillero urbano de Carlos Marighella y de las tácticas de Ernesto Guevara y las guerrillas sudamericanas de la época como los Tupamaros de Uruguay.

Su ataque al Estado pretendía incitar una insurrección de masas al develar su debilidad y su monopolio de la violencia. Sin embargo, no contaron con un apoyo masivo de las bases, ya que sus integrantes no realizaron un trabajo social que consolidara la lucha armada desde abajo, como expresión de clase y no sólo de grupúsculos. Meinhof era más conocida, pero sólo por su trabajo periodístico.

Después de una intensa investigación, Baader, Ensslin, Meinhof, Raspe y Holger Meins fueron detenidos en junio de 1972.

CÁRCEL Y MUERTE

Las condiciones a las que fueron sometidos los integrantes del grupo en prisión fueron extremas. Ulrike pasó 8 meses aislada en Ossendorf, Colonia. Su compañera en la R.A.F. Astrid Proll -quien también estuvo en el mismo lugar y condición un año antes- señaló que el total aislamiento en la torre de la prisión, sin ruido ni presencia alguna, “era como estar enterrada viva y que a nadie le importara (…) Lo único que querían era que confesáramos o nos suicidáramos”.

Los prisioneros logran crear una red de comunicación e inician huelgas de hambre para protestar en contra de estas condiciones. Holger Meins muere el 9 de noviembre de 1974, pesando apenas 50 kg. Tras varias protestas públicas, las condiciones de los miembros restantes fueron mejoradas por las autoridades.

En el otoño de ese año, son trasladados a la cárcel de Stuttgart. Son ubicados en el séptimo piso, donde pueden verse y reunirse algunas horas al día e incluso pueden salir al balcón, algo inédito en la vida carcelaria. Asimismo, contiguo al edificio se inició la construcción de un palacio de justicia, especialmente creado para juzgar a los guerrilleros sin correr peligro de escape.

En esta época es cuando la llamada “segunda generación RAF” –que contó con apoyo de otros grupos- desoló Alemania y Europa con el objetivo de lograr la liberación de los prisioneros, a través de numerosos secuestros y atentados a objetivos germanos en Europa, logrando la liberación de algunos guerrilleros que no tenían cargos por asesinato.

El ánimo del núcleo central de la RAF iba deteriorándose cada vez más, en especial el de Meinhof que, a diferencia de Ensslin y Baader, no se fortalecía por el hecho de ser considerada un “enemigo peligroso del Estado”. Meinhof se caracterizó siempre, según sus cercanos, por caer en períodos depresivos, así como por llevar una vida familiar conflictiva que la afectaba profundamente.

En enero de 1976 –en medio de atentados y bombazos de apoyo y presión- comenzó el juicio contra Baader, Ensslin, Meinhof y Raspe. El juicio resultó ser una instancia de propaganda política para la banda: atacaron a los jueces y la justicia, se negaron varias veces a participar de las sesiones, se mostraron mordaces e irónicos.

Sin embargo, un hecho cambió todo el escenario: el 9 de mayo es encontrada Meinhof ahorcada en su celda. Las versiones del Gobierno hablan de suicidio, pero para la extrema izquierda alemana, Ulrike ha sido asesinada o, al menos, presionada para hacerlo. El juicio siguió, bajo una creciente presión de los grupos armados que seguían realizando acciones violentas.

Finalmente, el 28 de abril de 1977, los tres acusados sobrevivientes fueron declarados culpables de 4 asesinatos, 54 intentos de asesinato y de formar una organización terrorista, siendo sentenciados a cadena perpetua.

La sentencia dio paso a lo que se conoció como el “otoño alemán”, una seguidilla de espectaculares acciones violentas motivadas por la arenga hecha por Baader a sus camaradas. El 5 de septiembre, el presidente de la patronal alemana, Hans Martin Schleyer, fue secuestrado. Se exige un intercambio con sus militantes encarcelados. El 13 de octubre, un comando palestino secuestra un avión de Lufthansa con todos los pasajeros como apoyo a las reivindicaciones de la RAF. En la noche del 17 al 18 de octubre, las autoridades alemanas ponen fin al secuestro.

A la mañana siguiente se informó del suicidio de tres militantes de la RAF, Andreas Baader, Gudrun Ensslin (ambos en la foto abajo) y Jan-Carl Raspe, en la prisión de Stammheim. Ya no sólo para los militantes de la izquierda esto ha sido un asesinato, sino que para el mismo abogado de la RAF, Klaus Croissant –quien terminó en la cárcel, cumpliendo condena de dos años y medio por “apoyo a banda criminal”, inhabilitado para ejercer su profesión y proscrito en los medios oficiales de su país- ellos “fueron asesinados fríamente en la cárcel (…) cárceles que incluso para Amnistía Internacional son “tortura blanca”, ya que no existen malos tratos físicos, pero psíquicamente alcanzan niveles de sofisticación insospechados”.

Lo que sigue en la historia de la RAF, no es sino corolario: El día 19 de octubre informan que Schleyer ha sido “ejecutado”. Desde fines de los ’70 hasta fines de los ’90, diversas encarnaciones de la Fracción del Ejército Rojo cometieron numerosas acciones en contra de personas y símbolos del capital.

EPÍLOGO

Tal como sabemos que la revolución no se agota en la toma del poder en un día, al estilo bolchevique, sabemos también que en la vida los actos no ocurren aislados, sino más bien son un cúmulo de situaciones que construyen ideas y prácticas ancladas en la realidad histórica.

No es difícil dar con análisis de izquierda que se suponen críticos y afirman, por ejemplo, la neutralidad de los órganos del Estado. O con curiosas perspectivas de una utopía reformista que ve evolucionar la sociedad hasta el socialismo desde el capitalismo, incluso desde una forma salvaje de éste (democracia social de Andrei Zajárov o la famosa “tercera vía”, por ejemplo).

En medio de esa confusión, un delirio político trágico como el de Holger Meins se hace bastante comprensible: como si al negarse a comer se hubiera negado también a tragarse semejantes compotas ideológicas.

Muy poco antes de su muerte en prisión, al final de unas líneas que escribió, garabateó esta última frase: “En medio no hay nada” (Dazwischen gibt es nichts).

Ulrike Meinhof también reafirmó su convicción en la última carta enviada a sus hijas, días antes de su muerte, con lo que no nos queda más que aprender de los errores tácticos y estratégicos de la RAF, pero no condenar sus acciones como eje de la crítica. Recordemos que el capitalismo se funda en una violencia originaria explícita, que con el correr de los tiempos se ha sofisticado hasta parecer casi natural. Algunos no lo olvidamos. Otros no lo soportan y se enfrentan directamente contra el poder, aunque sea casi un suicidio.

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