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¿Por qué un Papa Suramericano canoniza a un Papa anticomunista?
Ollantay Itzamná
Lunes 5 de mayo de 2014, puesto en línea por
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Como nunca antes en su historia, la Iglesia Católica sufre una estampida de su feligresía en diferentes puntos del planeta. Hasta finales del pasado siglo, entre católicos y protestantes, sumaban cerca de 2 mil millones de cristianos, haciéndolo la religión demográficamente más grande del mundo. Pero esta posición hegemónica se vino a pique en lo que va del presente siglo, porque las y los seguidores de Alá (vencidos militarmente por reyes católicos en el siglo XV) ya suman más de 2 mil millones de musulmanes en el mundo, y el cristianismo, ahora, no alcanza los 2 mil millones de adeptos.
En América Latina, el catolicismo folclórico se cae como barniz envejecido, no sólo para ensanchar las imparables filas del neopentecostalismo evangélico, sino también para revivir las milenarias eco espiritualidades indígenas o espiritualidades de la Tierra.
Muchos podrían argumentar que la crisis católica se resuelve democratizando la Monarquía eclesial, transparentando las oscuras cuentas financieras en el Banco del Vaticano, castigando a los miles de pederastas protegidas por orden sagrado, ordenando mujeres sacerdotisas, etc. Es verdad, estos y otros escándalos criminales impunes, e injusticias sagradas, espantan en la medida que van saliendo a luz, pero la crisis es mucho más profunda.
La humanidad está transitando de la fase de las religiones a la fase de las espiritualidades libres. A muchos/as ya no nos interesa intermediarios de un Dios sordo, mudo, ciego, insensible y amigo de ricos y déspotas ecocidas. Una buena parte de la humanidad transita de la fase de la creencia a la fase del pensamiento. Esto es producto de la creciente globalización de la ilustración de la modernidad. E. Kant diría: “La humanidad llegó a la mayoría de edad.” Somos más desobedientes y más autónomos.
Pero, esta creciente mayoría de edad de la humanidad trae serias dificultades, no sólo al envejecido Vaticano, sino también a la civilización occidental y a su sistema capitalista, sobre todo. El sistema-mundo-occidental funcionó en la medida en que el cristianismo afianzaba en la estructura moral de las personas la obediencia y docilidad al poder establecido (temporal y divino). Los diferentes imperios (Roma, España, Inglaterra, EEUU.) subyugaron a la humanidad en la medida que contaron con una hegemónica de la religión cristiana con capacidad cohesionadora, persuasiva y performativa. Pero, este poder temporal y divino decrece simétricamente con la silenciosa insubordinación galopante de las “ovejas”.
La desobediencia al sistema-mundo-occidental-cristiano proviene del Sur
Nunca antes en la historia de la humanidad regiones sumisas y creyentes como América Latina se habían insubordinado a los designios de los imperios cristianos. No sólo en el aspecto religioso, sino, sobre todo, en lo político, en lo económico y en lo cultural.
Al Impero yanqui y la Monarquía del Vaticano les preocupa los “malos ejemplos” de Bolivia, Venezuela, Brasil, Ecuador, Uruguay, Argentina, Nicaragua, El Salvador y Cuba. Les preocupa en demasía la desoccidentalización que promueven China y países musulmanes en el mismo hemisferio occidental.
Esta es la razón del porqué el sistema-mundo-occidental-cristiano hizo el estratégico enroque histórico jamás antes visto: Cambió a su Papa alemán dogmático por un Papa suramericano pragmático y simpático. La elección del Papa Francisco I es para el sistema-mundo-occidental lo que fue el “bautismo” del Emperador Constantino para el corroído Imperio Romano de aquel entonces.
El sistema occidental y su Imperio norteamericano, ambos en crisis y en creciente deslegitimación (para oxigenarse e intentar regenerar su hegemonía), recurren a una vieja estrategia religiosa.
En el S. IV, el Emperador Constantino, al ver que la hegemonía romana se diluía (producto de la inmoralidad del sistema), se “bautiza”, y convierte la perseguida secta mística/subversiva de los cristianos en una religión del Imperio. Sólo así logró aglutinar a sus súbditos y restaurar su hegemonía por algunos siglos más. Y la jugada político-religioso del occidente cristiano con Francisco I no es más que para detener la estampida y persuadir con ternura y simbolismos emotivos el retorno de las “ovejas” insubordinadas al sistema-mundo-occidental-cristiano-capitalista.
¿Por qué canonizan a un Papa enemigo de las luchas sociales?
Si Ud. aún duda de este entronque vital en el ajedrez político-religioso, pues, suficiente mirar con otros lentes la apresurada canonización del Papa Juan Pablo II, el anticomunista que derrotó al sistema socialista soviético “sin disparar un solo proyectil”.
No por nada, en la década de los 80 del pasado siglo, el entonces Presidente de los EEUU., Ronald Reagan (en una guerra abierta contra el comunismo), se refirió al Papa Juan Pablo II: “Él es mi mejor amigo. Uds. saben que yo soy protestante y él es católico, pero es mi mejor amigo”.
Y así fue. El mejor amigo del entonces Emperador norteamericano no sólo respaldó y se fotografió con el asesino y dictador Augusto Pinochet (1987), sino que fustigó duramente a las y los católicos activos en las luchas revolucionarias centroamericanas . Humilló y dejó que asesinaran al Arzobispo de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, un activista de la liberación popular. Censuró y silenció cerca de 20 teólogos de la liberación. No sólo fue abiertamente homofóbico, sino que protegió abiertamente a curas y obispos pederastas. Premió a los banqueros “criminales” articulados en el Opus Dei con el estatus de Prelatura Personal a cambio de la inyección de cuantiosas sumas de dinero en el oscuro Instituto para las Obras Religiosas.
Para engatusar a algunos creyentes inocentes, Francisco I canonizan al Papa del sistema capitalista (Juan Pablo II) junto al Papa “bueno” (Juan XXIII). A éste último, lo beatificaron, en el 2000, junto al Papa Pío IX (el más anti moderno y anti derechos humanos, en el siglo XIX).
La finalidad de esta canonización fue y es afianzar en el imaginario católico, y en la humanidad creyente, la figura y pensamiento de Juan Pablo II como arquetipo y modelo de vida a seguir. Igual ocurre con Pío IX. Es decir, fijar una simbología religiosa performativa pro capitalista y neofóbica en la estructura moral e intelectual de las y los creyentes. El sistema-mundo-occidental-cristiano y su Imperio necesitan de íconos sagrados (a la medida de sus intereses) para desmovilizar y castrar la insubordinación sociopolítico religioso creciente, y así alargar un poquito más su hegemonía.