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CHILE - Homenaje a José Carrasco bajo las reglas de la autopista express (por Verónica San Juan)

Miércoles 13 de septiembre de 2006, puesto en línea por Verónica San Juan

Un bus está estacionado en la calle Valentín Letelier, a una cuadra de la Alameda, cerca de la calle Amunátegui. El destino del bus es el cementerio Parque del Recuerdo. No irá hasta el portón principal ni entrará al estacionamiento público; el chofer deberá detenerse a mitad de la gran muralla que rodea el cementerio de césped, en un bloque de cemento muy preciso, uno que fue utilizado como paredón para asesinar al periodista José Carrasco Tapia, en la madrugada del 8 de septiembre de 1986.

No conozco a ninguno de los que han subido al bus, pero sé que varios de ellos fueron amigos o compañeros de trabajo de Pepone. Veo que alguien acomoda unas pancartas con el afiche que lleva el rostro del que fuera editor internacional de la revista Análisis. Elijo un asiento y pregunto a un periodista que también viaja solo si sabe en qué consistirá esta romería. Luego sabré que su nombre es Manuel Julio y que trabajó en la Presidencia durante el gobierno de la Unidad Popular.

Cruzamos el centro lentamente, el chofer no ha escogido la mejor ruta e ingresa al corazón del barrio Mapocho, con la aglomeración de compradores que concurren cada sábado al sector del Mercado Central, del barrio Patronato y de la Vega. Los romeros vamos atrasados al homenaje y el chofer no se inmuta. Nadie le indicó la ruta, responde ante los reclamos. Cómo explicarle que éste no es un paseo a la playa ni un viaje de turismo por la capital, pero no tiene sentido, ya estamos aquí, atorados por el tráfico del mediodía. Me abstraigo del nerviosismo conversando con Manuel; hablamos animadamente, sin reparar en los semáforos rojos que detienen esta romería.

Liberados del centro de Santiago damos algunas vueltas por el sector del El Salto hasta que aparece la Avenida Américo Vespucio, la calle del cementerio Faltan quince minutos para la una de la tarde, veo unos conos de color naranja, una camioneta amarilla, dos funcionarios de la concesionaria de la autopista Vespucio Norte Express y otro grupo de romeros que esperan en la vereda, frente a la placa que recuerda a José Carrasco. Se ven muy apretados unos con otros y deberán apretarse más con nuestra llegada. Algunos bajamos hasta la calzada, pero no se puede permanecer ahí; los autos siguen pasando casi al borde de nuestros pies.

Dicen que no pueden parar el tránsito porque los autos se tendrían que ir por la autopista y pagar el TAG, avisa una mujer que ha ido a preguntar por qué tenemos que estar apiñados en este pequeño espacio de la vereda. Los funcionarios de la concesionaria tienen orden de garantizar la libre circulación de los automovilistas; en su manual de desempeño parece no estar estipulado un homenaje para llevar flores a un hombre asesinado. Y de qué me extraño si las animitas que recuerdan a los muertos de las carreteras han ido desapareciendo con las autopistas express.

Una pareja de carabineros aparece por el lugar, ahora sí -pienso- esto será una romería libre de autos que rozan nuestras rodillas. Veo mover la mano del carabinero; es una orden de tránsito desconocida para mí: el policía mueve su mano como si estuviera aquietando los ánimos o como si le estuviera pidiendo a alguien que bajara la voz. Pero ese movimiento es una petición muda para que los automovilistas disminuyan la velocidad.

Mientras el carabinero sacude su mano, se suceden los discursos de los amigos de Pepone: escucho a la periodista Gladys Díaz que habla de cartas que iban y venían entre los campos de concentración de Puchuncaví, donde estaba él, y de Tres Álamos, donde permanecía detenida ella. Las madres de ambos actuaban como correo. También escucho a la periodista Patricia Collyer, su compañera de trabajo en la revista Análisis. Habla del enigmático tecleo de una máquina de escribir que sonaría después de la muerte de su amigo. El periodista Mario Aguilera explica el porqué de su bigote amostachado, que lleva desde hace tantos años. Es un tributo a Pepone. Y todos cuentan algo, una pequeña historia que desean compartir en esta tarde acalorada de septiembre. A mí me gusta una historia que está contada en imágenes: el fotógrafo Luis Arnez porta una de las pancartas, en uno de los bordes ha pegado un retrato. Es una foto en blanco y negro que muestra el abrazo entre un hombre y una mujer. Se ven felices. Me acerco a leer la hoja que explica la imagen. Dice es que es José Carrasco al momento de salir liberado de un campo de concentración. La que lo abraza y sonríe es su madre.

Varias pancartas quedan enterradas en la tierra bajo el bloque de muro que fue usado como paredón por el grupo de hombres que comandaba Álvaro Corbalán Castilla, esa madrugada del 8 de septiembre. Entre todas forman una animita espontánea que probablemente será desbaratada en las próximas horas. Tal vez se las lleve un cartonero; tal vez las desentierre el equipo de limpieza de la concesionaria. Tal vez un automovilista tome una al paso y la guarde en su casa. No lo sé. Yo recojo una que ha quedado izada en uno de los conos naranja y me la llevo para ponerla en algún lugar de mi escritorio. Pero antes de partir a mi casa en Machalí me arrepiento y la dejo en la sala de redacción de un diario, encima de la mesa de un editor.

Un diario es un mejor lugar para no olvidar a un periodista asesinado.

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