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Opinión

CHILE - Augusto Pinochet por fin ha muerto

Andrés Bianque

Lunes 11 de diciembre de 2006, puesto en línea por Andrés Bianque Squadracci

Me adelanté en cuatro días a tu muerte.

Sólo me la imaginé, y ahora que estás muerto y espero bien muerto una mezcla de tristeza y alegría me hincha el pecho.

Pero que hermoso ejemplo serás para la jauría de cachorros caníbales que se pasean campantes por entre todas las instituciones del país.

A las 14:15 dejaste de contaminar la faz de la tierra. Como a eso de las dos de la tarde en el Hospital Militar.

Domicilio conocido, lugar destacado. Ahí mismo torturaban a seres humanos por horas con asistencia de los doctores militares bajo tus ordenes.

En tu prontuario biográfico aparecerá que falleciste en un lugar conocido y reconocido.

¿Y los Detenidos Desaparecidos?

¿Y todos aquellos seres Humanos que aún, después de más de 30 años, aún no sabemos dónde están, dónde fueron enterrados, dónde fueron asesinados?

Perro mal parido, entre llanto, lágrimas, y risas de impotencia celebro tu muerte.

Porque tu partida no es más que nuestra derrota.

Libre, Libre, Libre.

Atestado, abarrotado, colmado de acusaciones, imputaciones, cargos y descargos.

Y sin embargo…

Estuviste allí, rodeado de esa horda de zánganos familiares, uncido de alguna bula religiosa comprada con dinero robado, para mandarte con pasaporte de inocente querubín.

Falleciste en medio de los mejores cuidados.

Vergüenza mundial. Pinochet murió libre.

Escucho fuegos artificiales adelantados, se divisan bastantes bengalas, estrellas luminosas que surcan el cielo lanzadas por manos que celebran.

De la calle llegan insistentes bocinazos que recuerdan el mítico, “Y va a caer”…

La cumbia, la cueca y la salsa emergen de entre las casas.

Como en año nuevo, la gente se abraza, hombres y mujeres lloran y ríen.

De dulce, pero de más agraz se muere un carnicero militar.

Pocas veces he Diez de diciembre, fiesta popular, celebración nacional.

El tambor anclado en su pecho, ese que tañía el son de la muerte, ese que era diana militar de aviso de fusilamientos y torturas ha cesado de cantar la canción de la muerte.

Desde el fondo del mar se levantan cientos de seres humanos devorados por la brutalidad

Desde el fondo del océano, de los ríos, de los lagos caminan por las avenidas del dolor cientos de hombres con un destino certero, largas filas caminan a paso lento al encuentro de Pinochet.

Desde el fondo del mar emergen los detenidos desaparecidos.

Tiemblan las raíces de árboles jóvenes que han sido la tumba de hombres y mujeres muertos.

Por entre las piedras, la tierra, las raíces se levantan miles de manos elevándose hacia aquellos caminos olvidados.

Uno a uno, caminan a paso lento hacia un domicilio conocido.

Miles de muertos cruzan las calles de Chile, miles de muertos van tiñendo de huesos el desierto, miles de muertos van respirando envueltos en el viento.

Tiemblan los andes, tiemblan los bosques y las selvas.

Los perros lloran, los pájaros callan expectantes.

Y es que este horroroso hematoma de la historia tendrá su propio horrible infierno.

Y es que las nubes rojas entintadas de riñón reventado vuelan hacia una sola dirección.

En esta hora en que las lágrimas van orillando las poblaciones pobres, en este minuto inmenso en su esencia de muertes innecesarias, todo un pueblo llora viendo tu partida.

Y es que tu muerte no representa sino otro tipo de muerte, porque hasta tu muerte nos taladra las entrañas.

¿Cuánto de nosotros mismos te llevas a la tumba? ¿Cuánto de aquello que fue nuestro llevas envuelto entre tus colmillos?

¿Cuánta piel de torturado te llevas bajo las uñas?

¿Cuántas veces tendrías que morir, cuántas veces tendríamos que matarte para que nos alivies la carga de dolor atada y tatuada a nuestras espaldas?

Un mitin de fantasmas, un escarzo de aparecidos en esta hora recorre todas las calles de Chile

Tu muerte será fiesta nacional, pero no habrá música que nos haga cantar a coro con nuestros seres queridos.

El puñal de tus dedos fue lacerando seres indefensos, desarmados, ingenuos de bestias gubernamentales.

En esta hora en que aquellos que tu bota militar hundió en el páramo de la incertidumbre, en el pantano de la duda y los miedos.

Algo de mi también se va contigo, algo de todos nosotros se va contigo.

Y es que ni siquiera fuimos capaces de encerrarte y no en la cárcel, sino que en un manicomio donde hubieses sido el favorito de cientos de doctores.

Y es que aún, esta aldea llamada Chile descansa sobre las fundaciones de huesos de desaparecidos.

Y es que aún esa columna vertebral doblada, arqueada y azotada llamada Chile, vive bajo tus enseñanzas, hombres, discípulos, alumnos y seguidores.

Y es que tu muerte es y será ejemplo para el verdugo encapsulado que se anida en los alrededores.

Después de tanto daño, de tanta muerte, de tanto saqueo, de tanto salvajismo, de tantas torturas, de tantas torturas, de tantas violaciones…

Morirá ungido por la Iglesia, esmerado por un Hospital Militar subvencionado con el hambre de todo un pueblo, acompañado de la otra parte de la jauría y tiernamente recordado por los medios de comunicación.

¿A cuántos de aquellos que hiciste rico, te dirán adiós enternecidos desde sus casas para no levantar sospechas?

¿A cuántos seres humanos asesinaste?

¿Cuántos seres humanos se suicidaron sin esperanzas de nada bajo tu reinado?

¿Cuántas tazas de té a modo de almuerzo tuvimos que bebernos?

¿Cuántos kilómetros caminamos sin ni siquiera dinero para el micro?

¿Cuántas peleas, cuántas riñas, separaciones, divorcios, asesinatos y robos?

¿Cuántos inviernos con los mismos zapatos, con la misma chaqueta?

¿Cuántas humillaciones pasamos? ¿Cuántas frustraciones?

¿Cuántos fracasados, cuántos humillados caminan muertos de cuerpo por las calles de Chile?

Van las lágrimas arando el surco fraguado de años sobre el rostro de millones aquí en Chile.

Y es que las lágrimas son más fuertes que la trinchera petrificada del aguante.

Y es que tu cabeza tenía que haber colgado una semana por lo menos en la plaza de armas de Santiago.

Y allí los niños harían rondas, allí las mujeres te escupirían la frente.

Y allí los hombres se sentarían a llorar.

Allí donde ni siquiera las moscas te hubiesen querido, donde el árbol que sostendría tu testa se secaría de oprobio y de rabia.

Allí donde las palomas te hubiesen arrancado los ojos.

Pero ya es tarde, te irás cómodamente acostado en un cortejo de sables, billeteras, sangre, billeteras y celulares.

A pesar que el martillo de juez azotó su cabeza incontables veces con la palabra, culpable.

A pesar de sus muertes, a pesar de sus robos, a pesar de sus desfalcos.

Vergüenza mundial. Pinochet ha muerto libre e inmaculado.

Vergüenza internacional.

Un murmullo recorre los labios australes de este Chile pisoteado…

Esta vez, si otra vez pasa lo que tu nos hiciste pasar no habrá primera sin segunda, ni sin tercera.

Hazle saber a tus discípulos que está vez no habrá día en que la sangre no los llame a sus puertas.

Mientras tanto, sabemos que algunos no ven a Chile más que como a un simple colgador de armario fracasado y que sobre esa percha han colgado una chaqueta civil por sobre el otro abrigo militar ensangrentado.

Algo de nosotros también se va contigo.

Y es que en esta hora amarga en que el silencio de tu partida va trizando los semblantes.

Una astilla de tus huesos de cuchillo va punzando el lado de izquierdo de los corazones.

Que insignificantes se vuelven las palabras en este momento de amargura.

Que insignificantes se vuelven las palabras ante tanta muerte.

Andrés Bianque

Diciembre cuando diciembre se mezcla de frustración, alegría y dolor.

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