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Un libro sobre las victorias de los movimientos sociales

LIBRO - AMÉRICA LATINA - Crónicas del estallido, de Martín Cúneo y Emma Gascó

Viernes 8 de noviembre de 2013, puesto en línea por colaborador@s extern@s

 Editorial Icaria, 2013
 prólogo de Raúl Zibechi
 382 páginas.

A finales de noviembre se publicará Crónicas del estallido, un libro centrado en las victorias de los movimientos sociales en el continente. Basado en más de 200 entrevistas realizadas en un viaje entre Argentina y México, su edición será posible gracias a un proceso de financiación colectiva.

Piqueteros, desocupadas, cocaleros, campesinas, forajidos, vecinas de las periferias, indígenas de los páramos y las ciudades son los protagonistas de ’Crónicas del estallido’. Desde los barrios y las comunidades, con nuevas formas de organización, los movimientos sociales en América Latina tumbaron gobiernos neoliberales, paralizaron privatizaciones y crearon alternativas económicas para cientos de miles de personas.

El libro, escrito por Martín Cúneo y Emma Gascó, integrantes del periódico Diagonal, está construido con las entrevistas realizadas en un viaje de 14 meses hacia el norte entre Argentina y México por la carretera Panamericana. El relato, dividido en nueve capítulos, uno por cada país tratado, se centra en los logros —con sus incuestionables matices— de los movimientos sociales frente a las políticas neoliberales y los procesos de extrema violencia e impunidad que los acompañan.

Con el apoyo de Diagonal y la colaboración del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) y la Coordinación por los Derechos de los Pueblos Indígenas (CODPI), Crónicas del estallido será publicado el próximo mes de noviembre. Para completar la financiación para gastos de imprenta y el envío de ejemplares a los protagonistas del libro, los autores han lanzado un crowdfunding (proyecto de financiación colectiva), entre el 7 de octubre y el 15 de noviembre. Al mismo tiempo que hacen posible la publicación del libro, las personas interesadas pueden conseguir un ejemplar a precio reducido.

“Más allá de lo que cada cual piense de los actuales procesos latinoamericanos”, afirma el analista Raúl Zibechi en el prólogo del libro, “sólo mirando hacia abajo y en horizontal, podemos entender algo de lo que viene sucediendo en la última década. Que si nos limitamos a los discursos de los dirigentes, a las leyes aprobadas por los gobiernos y a los programas que anuncian, por más interesantes que nos parezcan, no habremos sino entendido una mínima parte de esta realidad”.

Las historias que se narran en Crónicas del estallido pueden servir para reforzar la idea de que los movimientos sociales tienen la oportunidad de transformar —porque ya lo han hecho, porque lo hacen constantemente— los consensos sociales que determinan el destino de países enteros, de que “se puede”.

Prólogo de Raúl Zibechi [1]

La historia de los que no tienen historia

Aunque existe una larga experiencia que avala la importancia de las pequeñas iniciativas locales en la gestación de los movimientos que han cambiado el mundo, así como de las innovaciones que nacen en los márgenes y luego se difuminan hacia el resto de la sociedad, el pensamiento hegemónico en las izquierdas y las academias sigue centrado en los grandes acontecimientos y en el papel de los dirigentes. Como si la historia y los relatos políticos y sociales fueran escritos en torno a los sucesos en las grandes alamedas y por las intervenciones providenciales de los líderes, opacando así la cotidianeidad de la gente común en la que unas y otros beben y se alimentan.

Esta historia de episodios heroicos y acontecimientos trascendentales tiene, desde hace medio siglo, una contrahistoria que aún no ha conseguido instalarse en el alma y en el cuerpo de nuestras izquierdas sociales y políticas. En la historia tradicional del movimiento obrero, como señala Castoriadis, «las fechas de las huelgas y las insurrecciones reemplazan en ella a las batallas, los nombres de los líderes o de los militantes heroicos a los de reyes y generales» [2]. Son relatos producidos por una cultura elitista que se resiste a dar paso a nuevos modos de sentir la vida; una vieja cultura que se asienta en la inercia de cierto sentido común que es funcional a las nuevas camadas de jerarcas, enancados en la protesta popular, pero que al reproducir viejos paradigmas anuncian que los cambios son tan superfluos como poco duraderos.

En los márgenes del relato hegemónico empiezan a aparecer otros relatos, que ponen en el centro a la gente común, a los más diversos abajos, a los ninguneados de siempre: mujeres indias y negras, niñas y niños, situados siempre en el escalón simbólico más bajo del imaginario político y social. Aunque duela decirlo, la izquierda y la academia encuentran razones para no considerarlos sujetos, sino apenas seguidoras, aplaudidoras, personas que sólo entran en la historia a través del discurso del dirigente, en general varón, escolarizado, bienhablante y, por tanto, referente ideal para analistas que, en general, son reclutados en ese mismo estrato social y cultural.

Por el contrario, los relatos y análisis políticos, históricos o periodísticos deberían parecerse a un arcoíris en el cual quepan todas las formas de ver y sentir el mundo, sin que ninguna se coloque encima de la otra, para que contengan tantos colores como la vida misma, cada uno con sus matices, gradaciones y escalas. La historia de la gente común no puede reflejarse en un tapiz de un solo color o en un relato único que siempre serán afines a las clases dominantes. Una historia monocolor sería como un monocultivo, homogéneo, igual a sí mismo, un desierto incapaz de reflejar la diversidad de la vida real de los hombres y mujeres que hacen la historia.

Ciertamente, hilvanar escritos inspirados en esta concepción del mundo requiere de las artes y talentos de los artesanos. Personas capaces de cincelar historias de vida, esculpir narraciones y repujar relatos con la delicadeza, la perspicacia y la ternura del artesano. Quiero decir que no se puede poner a la gente común en el centro del escenario sin amarla, sin dejarse estremecer por sus sufrimientos y de regocijarse con sus contentos. Lo que supone, a la vez, respeto sin veneración, ternura sin caridad.

Colocar a la gente común en el centro de un relato, de una narración política, histórica o periodística, implica poner en juego una manera de ver el mundo, de situar a los seres humanos en él, pero también de situarse uno mismo en ese mundo y en esos relatos. Implica, sobre todo, jugar-se, en sus dos sentidos: correr el riesgo y descubrirse, mostrarse. Correr el velo de la distancia objetiva para implicarse junto con otros en una relación necesariamente horizontal. Sólo en ese tipo de relación entre iguales, entre sujetos diferentes, pueden emerger historias que serían rigurosamente ocultadas apenas el entrevistado perciba la menor intención de convertirlo en objeto de estudio.

El trabajo realizado para este libro por Emma Gascó y Martín Cúneo es el de dos artesanos viajeros que, recorriendo este continente, se redescubren a sí mismos a medida que van recorriendo comunidades, pueblos, gentes otras, tan cercanas y tan diferentes. En ese viaje, un verdadero viaje interior, el diálogo que descubre a los diferentes es un espejo en el que mirarse, mirarnos, descubriéndonos en otras y en otros.

Aparecen así, ante el lector, las más pequeñas, las más dignas, las hacedoras de buena parte de lo nuevo que está sucediendo en este continente. Las Madres de Ituzaingó, en Córdoba (Argentina), mujeres que atravesaron el dolor de sus hijos mutilados por las fumigaciones del agronegocio y se pusieron en marcha. «Mujeres comunes», como dicen ellas mismas; muy pocas, pero tan activas que lograron romper el muro de silencio con el cual el sistema enclaustra a los de abajo en las periferias, porque son seres prescindibles para la acumulación de capital. Con matices, es la misma historia que nos cuentan Emma y Martín sobre las mujeres quechuas de Ayacucho, como Mamá Angélica, que movieron cielo y tierra para encontrar a sus hijos desaparecidos por los militares en la guerra sucia de los ochenta. Una vez más, pobres, pocas, empecinadas, como las Madres de Soacha en la periferia de Bogotá, que sacaron a la luz una de las más tenebrosas maniobras del actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, cuando era ministro del Interior, para justificar el asesinato de jóvenes inocentes y poder cumplir con la cuota de muertos que requieren los presupuestos de la guerra interior.

Por momentos, puede pensarse que se trata de un memorial de agravios, de la suma infinita de agresiones que sufren los pueblos indígenas, los afrodescendientes, los campesinos, los sectores populares urbanos. No es ése el centro, porque Martín y Emma no colocan a sus entrevistados como víctimas que piden, sino como sujetos dignos en resistencia. Ésa es una de las grandes virtudes de este trabajo: mostrar que se puede, que es posible superar el dolor, la derrota y la humillación. Por eso aparecen las madres, por eso aparecen dirigentes como Hugo Blanco y Felipe Quispe, que no sólo nacieron abajo sino que viven, sienten y aman abajo, cuidándose mucho de usar a los demás como escaleras, como hacen los políticos profesionales. Por eso en estas páginas veremos que en ocasiones los sujetos no tienen nombre y apellido, que se llaman comunidad, barrio, pueblo, sujetos colectivos como las decenas de comunidades mayas que se reinventan a sí mismas en la defensa de la vida frente a los grandes proyectos del capital.

Que la gente común es capaz de emanciparse por sí sola es algo que aprendimos en los libros hace más de un siglo. Si creemos de verdad en esa afirmación, debe hacerse carne en hechos concretos, como los que describe y analiza este libro. Parece necesario recordarlo, una y otra vez, cuando la religiosidad política hegemónica nos habla de líderes y caudillos —respetables muchas veces— sin conectarlos con los hechos y las luchas que les dieron vida.

Quiero comprender este libro, si Emma y Martín me lo permiten, un libro que cuenta historias maravillosas y es un libro también maravilloso, como un toque de atención a cierta euforia progresista-izquierdista que recorre la región y cuyas realizaciones han sido mitificadas en el Norte. Como si los gobiernos estuvieran construyendo una sociedad justa o realizando alguna venturosa revolución desde arriba.

Más allá de lo que cada cual piense de los actuales procesos latinoamericanos, Emma y Martín nos están diciendo que sólo mirando hacia abajo y en horizontal, podemos entender algo de lo que viene sucediendo en la última década. Que si nos limitamos a los discursos de los dirigentes, a las leyes aprobadas por los gobiernos y a los programas que anuncian, por más interesantes que nos parezcan, no habremos entendido sino una mínima parte de esta realidad.

Las claves de lo que sucede en el escenario público hay que buscarlas en las prácticas cotidianas de los sectores populares, como afirma James Scott: «Siempre que limitemos nuestra concepción de lo político a una actividad explícitamente declarada, estaremos forzados a concluir que los grupos subordinados carecen intrínsecamente de una vida política» [3]. Concentrarnos en el continente que está detrás de la costa visible de la política parece un paso necesario para comprender, que es el primer acto de la creatividad humana, como nos enseñó un poeta sabio.

Por último, felicitarlos por el trabajo, por el modo de escribirlo y de transitarlo, porque nos están hablando de una ética que los narradores y escribidores debemos respetar, reglas no escritas que apuntan a la lealtad con los protagonistas, que es un modo de ver el mundo y de vivirlo que anuncia todo un programa de vida, más valioso aún porque no se declara, simplemente se hace.

Introducción

¿Por qué un libro sobre victorias de movimientos en América Latina?

Rescates del FMI condicionados a recortes sociales, despidos y privatizaciones, toda una batería de medidas ultraortodoxas para reducir la prima de riesgo y conseguir financiación para países en ruina tras décadas de especulación desenfrenada… Instituciones y partidos políticos desacreditados por unos niveles inéditos de corrupción y por su complicidad en el empobrecimiento de millones y millones de personas…

¿Hablamos de Argentina, Bolivia o Ecuador? ¿O más bien de España, Grecia o Portugal? Más allá de las diferencias evidentes, las semejanzas son asombrosas. Acercarse a los procesos de implantación del neoliberalismo en América Latina y a las luchas que consiguieron resquebrajar su aplicación puede resultar más útil que nunca en los países europeos estrangulados por las exigencias del FMI y las instituciones financieras de la Unión Europea (UE). Las nefastas consecuencias que tuvo la aplicación de la versión más dura del neoliberalismo —la misma que los Gobiernos están aplicando en la UE— pueden servir de advertencia. Los procesos de apoyo mutuo, de solidaridad entre personas afectadas por estas políticas en América Latina pueden servir también para recordar la fuerza que tienen los «márgenes», tal como dice Raúl Zibechi en el prólogo de este libro, aquel 99%, para escribir la historia, para cambiar el curso de la historia.

En el caso de América Latina, millones de campesinos, indígenas, desempleados, trabajadores precarios y personas procedentes de sectores marginales, organizados en movimientos sociales de base, consiguieron frenar privatizaciones, expulsar multinacionales, propiciar o tumbar leyes y crear alternativas económicas para cientos de miles de personas. También fueron claves en la destitución de dos presidentes neoliberales en Bolivia, tres en Ecuador y cuatro en Argentina.

Ésta es la historia que cuenta este libro, una crónica basada en los testimonios de más de doscientos activistas, entrevistados durante un viaje de quince meses, 10.000 kilómetros hacia el norte por la carretera Panamericana, desde Argentina a México. No es un ensayo, ni un libro de Historia. Tampoco pretende ser objetivo ni exhaustivo: no están reflejados todos los países ni mucho menos todos los movimientos, ni todos los puntos de vista. Es un libro que recoge relatos de personas corrientes que, en contextos de adversidad o niveles paralizantes de violencia, se coordinaron para mejorar sus condiciones de vida, para exigir justicia o para detener el saqueo de los bienes comunes, ya sean tierras, recursos naturales, empresas estatales o elementos tan básicos para la vida como el agua. Todas las historias tienen algo en común: de alguna manera, lo lograron.

El libro se compone de nueve capítulos, uno por cada país atravesado en la ruta hacia el norte: Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México. Las fábricas recuperadas, los cocaleros bolivianos, los forajidos ecuatorianos, las comunidades negras del Pacífico colombiano, los movimientos de mujeres en Nicaragua, los barrios empobrecidos que frenaron la privatización de los servicios públicos o las decenas de pueblos que vencieron a multinacionales mineras y petroleras son algunos de los protagonistas de este libro.

Son historias que van moldeando la frontera de lo posible: lo que antes parecía imposible ahora ya no lo parece tanto. Una experiencia contagia a la otra. «Si en Atenco frenaron un aeropuerto, ¿por qué aquí no vamos a impedir la represa de La Parota?», decían las comunidades campesinas de Acapulco. «Si las Madres de Plaza de Mayo pudieron, ¿por qué no nosotras?», fue lo que pensaron tantos colectivos que hicieron frente a las dictaduras o la violencia extrema que acompaña los procesos de saqueo. Mujeres que plantaron cara al genocidio y, al hacerlo, comenzaron a desmontar la espiral de impunidad que se reproduce hasta el presente. Un trabajo, también, por la recuperación de la memoria que no se puede separar del ciclo de luchas contra el neoliberalismo. La escritora Naomi Klein lo decía de esta forma: «Hasta que no se rompió la amnesia, Argentina no volvió a ser un país capaz de resistir de nuevo».

En el centro de esa resistencia, en países como Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala o México, se posicionaron los pueblos indígenas, «pueblos enteros prescindibles en el esquema neoliberal», según el analista mexicano Gustavo Esteva, pero que «por estar sentados sobre los recursos naturales», se convirtieron en uno de los sectores más afectados. También fueron, junto con la población sin trabajo, sin tierra, sin servicios básicos, los primeros en enfrentarse al modelo económico y político neoliberal.

La práctica de democracia horizontal y participativa de tantas comunidades indígenas, así como su particular relación con los bienes naturales han aportado, además, elementos para renovar el discurso y potenciar alternativas, no sólo en América Latina, sino en países de todo el mundo. Cuando el modelo neoliberal arruinó también a la clase media, el estallido fue inevitable.

Si antes parecía que una formación política sólo podía llegar al poder —y conservarlo— si aceptaba como religión las recetas ultraortodoxas del FMI, después del estallido en la mayoría de los países de América Latina los partidos políticos sólo podían llegar al poder —y conservarlo— si asumían buena parte de las demandas sociales de estos movimientos, muchas en el discurso y algunas en la práctica.

Una ola de nuevos gobiernos, llamados «progresistas» o adscritos al «socialismo del siglo XXI», reemplazaron en casi todos los países a la vieja cohorte de partidos tradicionales, ahogados por casos de corrupción, señalados por el electorado como los responsables de la ruina económica y el empobrecimiento de millones de personas.

Más allá del debate sobre la naturaleza de estos nuevos gobiernos, parece haber un punto de acuerdo: en estos países, el neoliberalismo basado en las privatizaciones y las desregulaciones, en los recortes y el pago de la deuda en detrimento de los gastos sociales, ya es parte del pasado.

Pero estos avances tampoco significan una ruptura total con las políticas neoliberales. Frente a la renovada entrega del territorio y los recursos naturales a las viejas y nuevas potencias en busca de financiación para unas economías todavía dependientes, los movimientos sociales han vuelto a las calles, a bloquear carreteras, para enfrentarse, incluso, a gobiernos que afirman defender sus intereses.

Frente al pesimismo del «todo sigue igual» y el «nada cambia», las historias recogidas en este libro se empeñan en demostrar lo contrario: que los movimientos sociales han contribuido —y contribuyen— de forma determinante a transformar los consensos sociales que marcan el destino de países enteros, que «se puede».


Más información

Blog del libro Crónicas del estallido

Página del crowdfunding

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[1Raúl Zibechi es periodista, escritor, pensador y activista uruguayo. Es editor del semanario Brecha.

[2Castoriadis, C. (1979), La experiencia del movimiento obrero, vol. 1, Tusquets, Barcelona, p. 16.

[3Scott, J. C. (2000), Los dominados y el arte de la resistencia, México, ERA, p. 233.

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