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BRASIL - Bajo espionaje: la proyección internacional no fue seguida por una defensa electrónica

Bruno Lima Rocha

Jueves 26 de septiembre de 2013, puesto en línea por Bruno Lima Rocha

Antes de seguir adelante con el tema, necesito alertar sobre un factor. Puede ser que lectores habituados a textos de mi autoría abordando el tema de la teoría de la radicalización democrática (de base libertaria), la crítica de la economía política de la globalización (con especial atención en la crítica al capital financiero) y las denuncias del sistema de dominación dentro del Brasil, les extrañen artículos de fundamentación realista como éste analizando la proyección brasileña o el complejo escenario mundial. En estos temas, aunque trabaje en el área (soy profesor de relaciones internacionales, específicamente de geopolítica) no concuerdo con la base normativa de la interdisciplina aunque entienda de su funcionamiento. Es como si fuera un técnico que observa e incide sobre un fenómeno, aunque moralmente lo deteste. Es el caso de quien escribe y por eso la necesidad de especificar estos puntos.

Brasil y las denuncias de Edward Snowden

El caso David Miranda –el estudiante de comunicación detenido en Londres por ser pareja del periodista estadounidense Glenn Greenwald– fue sólo una etapa en el conturbado momento de las relaciones exteriores del país. Aunque no sea una novedad para quién pertenece al área, la opinión pública se dio cuenta que no hay Internet segura ni para la presidenta Dilma Rousseff. En las últimas denuncias de Edward Snowden –asilado temporal en la Rusia– y vehiculadas por el periódico inglés The Guardian y a El Globo en Brasil, el ex–técnico de la National Security Agency (NSA, agencia especializada en la guerra electrónica) apunta que emails y conexiones telefónicas de Planalto fueron decodificados. Resalto, fue el clamor mediático quien llevó a las reacciones diplomáticas.

En la reunión del G–20 realizada en San Petesburgo (Rusia) en septiembre de 2013, Dilma protestó formalmente a Barack Obama. El presidente de la superpotencia tuvo la cara dura de afirmar que la vigilancia no era sobre Brasil y sí para prevenir ataques terroristas y también por la “necesidad de que los EUA conozcan más a los países”. Como se sabe, la Guerra al Terror es un pretexto de escala global. Sería irresponsable afirmar que la vigilancia electrónica no es fundamental para combatir las redes wahabitas comandadas por hombres de confianza del ex–operador de la CIA Osama Bin Laden. También sería absurdo no reconocer la presión que el espionaje de los Estados Unidos ejerce sobre cualesquier posible concurrente en todas las dimensiones del Sistema Internacional (SI).

Un país con algunas querellas contra los EUA en la Organización Mundial de Comercio (OMC), dirigida por el brasileño Roberto Azevêdo, y con un crecimiento significativo en la última década, es el Brasil. Aún reconociendo lo acertado de la elección del softpower como forma de proyección, acompañada del pragmatismo diplomático con fines comerciales, tendiendo a diversificar los socios y mercados para productos y empresas del país, es preciso afirmar que las defensas estaban muy bajas. Este analista escribe al respeto desde 2007 y lo vuelvo a repetir. El mínimo exigido para tener pretensiones en el SI es una comunicación segura y el resguardo de datos sensibles. Como las redes de Internet brasileñas no están totalmente dentro de la soberanía nacional, se queda a la voluntad del control externo.

Defensa electrónica y la respuesta de la diplomacia brasileña

Un ejemplo es el descubrimiento de la capa de pre–sal en aguas brasileñas. Los investigadores de la Petrobrás no podían poner los datos en la red por miedo a una invasión externa –tal hecho comprobado ahora por más denuncias– y los almacenaban en discos duros no conectados. Para no sufrir tales amenazas, el plan anunciado en julio de 2013 por el ministro de las Comunicaciones Paulo Bernardo, ya debería estar ejecutado hace como mínimo cinco años. Según el titular de la cartera, los gastos de la Internet operada aquí totalizan 650 millones de dólares al año. Así, si fuera reducida la dependencia, construyendo cables submarinos y lanzando un nuevo satélite de comunicaciones, estos gastos disminuirían así como la dependencia de las empresas y sistemas instalados en los EUA. El país aún está muy lejos de eso.

Recientemente, este mismo ministro anunció que será lanzado un satélite geoestacionario para garantizar una red segura de tráfico de datos y voz de las Fuerzas Armadas brasileñas. El proyecto del satélite ya formaba parte del Plan Nacional de Banda Ancha (PNBL), en la práctica un arreglo para suministrar Internet a regiones remotas del Brasil y donde las operadoras privadas no tendrían interés en intervenir en función de ser localidades bajamente pobladas y por tanto poco lucrativas.

La presión sobre el gobierno brasileño aumentó de tal forma, que el Poder Ejecutivo se vio obligado a cancelar una agenda oficial en Washington, donde la presidente Dilma sería recibida formalmente por Barack Obama. El Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil (Itamaraty) había exigido explicaciones a las autoridades de los EUA y al secretario de Estado John Kerry, al embajador en ejercicio en el Brasil (recientemente cambiado) y hasta un pedido de disculpas formales a la Casa Blanca. Como las respuestas no fueron satisfactorias, el gobierno de Dilma consideró por las buenas cancelar la agenda y no quedar de rehén frente a posibles nuevas denuncias venidas de Snowden y difundidas en el Brasil por el periódico El Globo, que pudieran empeorar aún más el clima en las relaciones con los EUA.

Más que un acto de coraje, se trata de una medida de coherencia, pues no sería tolerable para un jefe de Estado hacer una visita cordial en medio de tensiones de esta envergadura. Una de las contramedidas inmediatas de los EUA será aumentar el litigio comercial con el Brasil, visto que el déficit en la balanza comercial es de pérdida brasileña, cuyo rombo sólo aumenta, creciendo alrededor del 161% desde el inicio del año de 2013.

El hecho innegable es que el crecimiento brasileño en el modelo de desarrollo a toda costa, la proyección comercial y diplomática brasileña y el reposicionamiento del país en el Sistema Internacional no vino acompañado de políticas básicas de defensa en áreas sensibles. El precio es quedar expuesto al placer de la hegemonía de la superpotencia y su condición de vigilancia global permanente. No es de extrañar la reacción del Poder Ejecutivo del Brasil, tanto en la acertada respuesta diplomática como en la tímida definición de medidas tardías de contrainteligencia.


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