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Tres son multitud

CHILE - El sistema electoral binominal mayoritario

Ariel Zúñiga

Martes 20 de mayo de 2008, puesto en línea por Ariel Zúñiga

Esta semana no sólo fue de vacaciones para el periodismo y la política gracias a que el volcán Chaitén despertara de un milenario letargo: fuera del conflicto de los subcontratistas de CODELCO que se arregló y desarregló, se encuentra el rechazo de la cámara de diputados al proyecto de ley que aumentaba su número de 120 a 150 para de ese modo abrir cupos a los grupos políticamente marginados.

Se trata de una antigua telenovela: El gobierno hace como que quiere ayudar a los “compañeros” y los “compañeros”, acostumbrados al fracaso y sobre todo a los anunciados, vociferan en contra de la derecha. La treta se debe realizar con los intervalos suficientes que permita usarlo en caliente en las elecciones para favorecer únicamente a la alianza gobernante. Los “compañeros” se conforman con perder nuevamente y con que su fracaso electoral les permita seguir apoltronados, como “dirigentes” en forma vitalicia.

El problema del “binominal” (como periodisticamente se ha denominado a nuestro sistema electoral) consiste en que está diseñado para un sistema bi partidista o de dos grandes fuerzas electorales; desde que existe votación universal en nuestro país ha quedado de manifiesto que existen tres fuerzas y no dos lo que obliga a que se deba pactar para gobernar. Al forzar una alianza entre dos fuerzas electorales antagónicas se disminuye la tensión propia de la democracia en un país subdesarrollado y es por eso que la estabilidad, para bien o para mal, de los últimos veinte años ha sido causada en gran medida por ese sistema electoral.

El problema no estaría en el sistema electoral sino que en la incapacidad de la izquierda de salir de un cinco por ciento de los votos (entre el cinco y el treinta y tres existe mucha diferencia) y en el establecimiento de un degradé ideológico sustentado en los valores de hace cincuenta años:

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Los demócratas cristianos, en su gran mayoría y empezando por su presidenta, son UDI antipinochetistas del mismo modo que los UDI son democratas cristianos pinochetistas. Los proyectos de contención social vía populismo y clientelismo que propició la DC en sus primeros años estaban pensadas para otro estado. El neoliberalismo ha dejado al social cristianismos reducido sólo a un asistencialismo y fervor religioso espiritualista, traducido en integrismo apostólico romano Ratzinger, del cual ambos son fieles exponentes.

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Los RN urbanos, los PPD, los PS expansiva y más de la mitad de sus renovados, los Chile Primero, y la fachada de Independientes en Red, son exactamente lo mismo: el partido por el dinero. Pretenden la “modernización” del país lo que significa la extremación del sistema económico existente, combinada con las reformas tecnocráticas adecuadas, para que el país entero sea un holding cuyo directorio lo integre un consensuado grupo de expertos. Los “ciudadanos” son sólo un recurso retórico electoral ya que lo que hay que hacer se encuentra escrito en el cielo.

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Algunos dinosaurios, unos muy jóvenes para serlo, aún aspiran a retroceder el tiempo hasta los años cincuenta, y construir un estado ferrocarrilero, burocrático, provinciano, en suma, macondino, para satisfacer la hipócrita nostalgia de “todo pasado fue mejor”. Este grupo se siente afín con otro que reivindica lo étnico y lo ecológico como cuestiones prioritarias sin que quede claro de qué modo es posible articularlo como un proyecto político exitoso: no vaya a ser que les pase lo mismo que con Allende en que la izquierda se preparó más para la derrota que para el triunfo.

Si estos son los tres tercios queda muy claro que nada tienen que ver con los electorales. Ocurre algo tan básico y a la vez tan patético de que los electores voten del mismo modo en que hinchan o no por un equipo de fútbol: gane o pierda, sean chilenos o extranjeros los que jueguen, sin importar que se cambien jugadores unos con otros y sean sociedades anónimas quienes los controlen. Se vota por el nombre y se cree que existe un degradé que a uno lo hace más momio o más comunista dependiendo de qué aras uno provenga. Y los puntos extremos lo simbolizan Pinochet por una parte y el régimen Cubano de Castro por el otro es decir, seguimos atrapados en una época que ya se fue al mismo tiempo que presumimos de nuestros nuevos celulares con GPS.

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