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MÉXICO - Una lucha de larga duración
Jorge Alonso, Envío
Lunes 28 de marzo de 2016, puesto en línea por
Febrero de 2016 - Envío - La lucha, los esfuerzos, los compromisos para cambiar las cosas en México -una abismal desigualdad y una violencia que no cesa- será de larga duración. La ruta está abierta y hoy ya la recorren los pueblos originarios en resistencia
La situación económica, política y social mexicana ha seguido de mal en peor. Al iniciar el año, The New York Times criticó al Presidente mexicano por no rendir cuentas y por encubrir sistemáticamente horribles verdades y minimizar inmensos escándalos. En concreto, se refirió a la decisión de no sancionar la corrupción de la alta burocracia y sus jugosos negocios, a la fuga en julio de El Chapo Guzmán, quien se ufana de ser el más grande comerciante del mundo de heroína, metanfetaminas, cocaína y marihuana. También a la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, calificada como una de las mayores y más atroces violaciones a los derechos humanos en la historia reciente de México.
La captura de “El Chapo”
Días después se produjo la recaptura de El Chapo. El gobierno quiso presentarla como un gran triunfo que todos debían aplaudirle. Mientras el precio del barril del crudo mexicano se desplomaba a niveles muy bajos y el peso se devaluaba en altos porcentajes frente al dólar, en su anuncio el presidente reiteró que la economía nacional iba bien. Quiso presentarse como si hubiera cumplido una gran misión.
Los comentarios críticos de medios independientes no dejaron de señalar la corrupción no sancionada en las altas esferas del gobierno, afirmando que toda la escenificación montada con la recaptura del narcotraficante era una gran ficción. Académicos especializados en temas de seguridad llamaron la atención de que las investigaciones y la información sobre este hecho debía centrarse en la red de complicidades empresariales y políticas, tanto nacionales como mundiales, que habían permitido a este individuo ser el mayor distribuidor de drogas, en lugar de estar distrayendo con las banalidades de sus diálogos con actores cinematográficos.
Otro lastre para el Presidente en esta hora sigue siendo el no resuelto caso de Ayotzinapa, habiendo indicios de que se entorpece la labor del grupo de expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). A mediados de enero, los avances presentados por el gobierno en las investigaciones de esta tragedia fueron calificados como “insuficientes” por los padres de los normalistas. Nuevos datos sobre el caso, que fueron apareciendo a inicios de 2016, no dejaban lugar a las mentiras gubernamentales que el séquito de unos medios de comunicación uniformizados en el servilismo pretendían imponer.
27,600 desapariciones
Se sabe que México ocupa el tercer lugar entre los países exportadores de dinero ilícito a nivel mundial.
Se conoce que siete de cada diez mexicanos se sienten inseguros en las ciudades donde viven, que la pobreza ha seguido creciendo y que una desigualdad abismal ahonda las diferencias, pues una minoría muy reducida acumula la mayoría de la riqueza del país, mientras a las mayorías no les alcanza para sobrevivir.
Se sabe que la corrupción y la impunidad son intocadas y van en aumento, que la violencia no cesa y las desapariciones forzadas con participación de las fuerzas armadas no se detienen. En enero de 2016, ante la desaparición de 17 personas en un pueblo de Guerrero la gente clamaba no querer un nuevo Ayotzinapa. Amnistía Internacional ha señalado que México padece una epidemia de desapariciones forzadas, y que de las 27 mil 600 reconocidas, la mitad corresponde al período de Peña Nieto. La despiadada guerra contra los pueblos originarios y contra la gente común siguen también su paso avallasador.
Vivimos un tiempo sombrío
En 2016 una comisión independiente defensora de derechos humanos difundió un análisis en torno al combate al crimen en el contexto del estado neoliberal mexicano. Planteando que una verdadera seguridad ciudadana debería priorizar los derechos de la mayoría de la población frente a los intereses económicos y políticos de una minoría privilegiada, enfatizó que las decisiones no podían venir de un poder que no consulta a la gente y que no es con el aumento de policías y militares que se garantizará la tranquilidad de la población, pues un orden social impuesto por el uso exclusivo de la fuerza se convierte en un régimen contrario a un estado de derecho, enviando a la población el mensaje de que se impone la ley del más fuerte. Llamó la atención de que el poder económico de la delincuencia seguía intacto en México, al convenir a los intereses capitalistas. El análisis criticó que el gobierno pusiera a la población mexicana ante la falsa disyuntiva de escoger entre seguridad pública y derechos humanos.
El último informe del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casasapunta que la defensa y promoción de los derechos humanos en México se hace cada vez más compleja, pues el contexto nacional obliga a una ardua tarea para defenderlos.
Denuncia que la práctica de la tortura está arraigada y generalizada en el país, que campea la impunidad cínica, y que en el caso chiapaneco esto es más abrumador, ya que la guerra es más atroz contra los pueblos que resisten el despojo y defienden su autonomía. El informe abunda en datos y concluye que el contexto mexicano marca un tiempo sombrío por la implementación de métodos represivos constitutivos de un terrorismo de Estado. Constata que la lucha será de larga duración, mientras la resistencia, construyendo comunidad, esperanza y vida se sigue experimentando en todo el país.
La impune masacre de Acteal
Al terminar el año 2015 la organización Las Abejas de Acteal conmemoraron los 18 años de una masacre que sigue impune. Recordaron que paramilitares habían llegado a sus tierras para masacrar a 45 hombres y mujeres y a 4 bebés que aún no nacían cuando se encontraban en una jornada de ayuno y oración para pedir la paz en Chenalhó y en México e implorar que se detuviera la guerra diseñada por el Estado mexicano en contra de los pueblos organizados.
Volvieron a denunciar que, en lugar de investigar a los autores intelectuales, la mal llamada Suprema Corte de Justicia de la Nación había ordenado la excarcelación masiva de los paramilitares responsables inmediatos de la masacre. Dijeron que habían aprendido una importante lección: si querían una justicia de verdad, los pueblos organizados de México debían construirla por sí mismos y desde abajo.
Recordaron que en octubre de 2015, en una audiencia pública, habían entregado a la CIDH un peritaje de la masacre de Acteal, dejando bien claro a los representantes del Estado mexicano que las familias y allegados de los masacrados no aceptaban la “solución amistosa” ofrecida, porque con la sangre de sus gentes no se jugaba. Denunciaron que en su región los seguidores de los partidos políticos, los paramilitares, las autoridades oficiales, los agredían a pesar de que su lucha había sido y seguía siendo no violenta. Recordaron que el padre Morelos, luchador por la independencia, había planteado en los “Sentimientos de la Nación” que hubiera leyes que moderaran la opulencia y la miseria, lo que se traducía en que los ricos fueran menos ricos y los pobres menos pobres. Sin embargo, en México el gobierno enaltecían retóricamente a Morelos pero propiciaba que los ricos se hicieran inmensamente ricos y los pobres se empobrecieran a niveles escandalosos.
Sintetizaron su comunicado resaltando que la impunidad en México es tan enorme que ya no se puede medir. Seguirán denunciando que Acteal fue un crimen de Estado, como el cometido contra los normalistas de Ayotzinapa y como muchos otros que se multiplican por todos los rincones del país.
Construyendo desde abajo
Al despuntar el primer día de 2016 en la región zapatista de Oventic, donde acudieron cientos de bases de apoyo, adherentes y simpatizantes del EZLN para conmemorar con actos culturales el aniversario 22 de la insurrección zapatista, se difundió un importante comunicado. En él se destaca que durante más de 500 años los pueblos originarios habían sufrido la guerra que los poderosos de distintas naciones, lenguas, colores y creencias les habían hecho para aniquilarlos. Aunque los poderosos habían querido extinguirlos matando sus cuerpos y sus ideas, los pueblos habían resistido como guardianes de la Madre Tierra.
Los zapatistas recordaron que hacía 22 años habían sacudido “la modorra de un mundo resignado a la derrota”. Y enarbolaron de nuevo sus primeras once demandas: tierra, trabajo, alimentación, salud, educación, vivienda digna, independencia, democracia, libertad, justicia y paz. Recordaron que para los ricos y poderosos los pueblos originarios sólo servían para esclavos y para así hacerse cada vez más ricos. Los zapatistas tomaron las armas y pelearon y en México y el mundo la dignidad tomó las calles y pidió espacio para la palabra. Los zapatistas entendieron ese llamado y, a partir de entonces, cambiaron su forma de lucha y han sido oído atento y palabra abierta, porque desde un principio sabían que una lucha justa del pueblo es por la vida y no por la muerte. No obstante, advirtieron que todavía tenían sus armas y no las dejarían porque, a pesar de que ofrecieron un corazón abierto, se habían dado cuenta de que los de arriba optaron por el engaño, la ambición y la mentira.
La guerra de los de arriba contra los de abajo sigue y se recrudece. Uno de los objetivos de esa guerra ha sido exterminar a los zapatistas. Por eso, en lugar de resolver las justas demandas, el mal gobierno no ha cesado de hacerles la guerra, prosigue financiando grupos paramilitares y ofrece y reparte migajas aprovechando la ignorancia y la pobreza de algunos. Los zapatistas han constatado que los de arriba hicieron un mal cálculo, pues pensaron que los planes bélicos conseguirían que el zapatismo claudicara y se vendiera. Pero los de arriba se equivocaron: los zapatistas no son ni limosneros ni inútiles que esperan que todo se les resuelva solo. El comunicado destaca que la lucha emprendida por el zapatismo no es local, ni siquiera nacional, sino universal, porque universales son las injusticias, los crímenes, los despojos, los desprecios, las explotaciones. Y también son universales la rebeldía, la rabia, la dignidad y el afán de ser mejores.
Los zapatistas han entendido que deben construir su vida por ellos mismos con autonomía. Por eso, pese a las grandes amenazas, los hostigamientos militares y paramilitares y las constantes provocaciones del mal gobierno, se han dado a la tarea de formar su propio sistema de gobernar, su educación, salud y comunicación, su propia forma de cuidar y trabajar la Madre Tierra. Han impulsado una política autónoma como pueblo y una ideología de cómo quieren vivir como pueblos, con otra cultura. Mientras hay quienes esperan que los de arriba solucionen los problemas de los de abajo, los zapatistas no, y han ido construyendo su libertad desde abajo.
Los zapatistas reconocen que su mundo no es perfecto, pero es diferente y ha sido producto de las mujeres, hombres, niños y ancianos que lo han ido creando con paciencia y determinación.
Dolores cercanos y lejanos
Al echar la mirada a los años que han pasado, los zapatistas se congratulan de que han ido construyendo otra forma de vida, gobernándose ellos mismos como pueblos colectivos con la dinámica del mandar obedeciendo, en un nuevo sistema y otra forma de vida. Y cuando se refieren a esto no pueden menos que hacer comparaciones y constatan que donde se aceptaron las líneas del mal gobierno hay desamparo y miseria; manda la holgazanería y el crimen y la vida comunitaria está quebrantada. Los que se vendieron al gobierno no han visto que se resuelvan sus necesidades, sino que han sumado más horrores, pues donde había hambre y pobreza, siguen existiendo esos males y está además la desesperanza.
Haciendo un compendio de lo que observan en las comunidades que se entregaron al gobierno detectan que no hay espíritu de trabajo, sino de depender de las ayudas, sobre todo en épocas electorales. En contraste, en las zonas zapatistas si bien no hay casa de cemento regalado, ni televisiones digitales ni camiones último modelo, lo importante es que la gente sabe trabajar la tierra. Viven de lo que producen sin que nadie se lo regale. Las comunidades zapatistas viven mejor que las que se han vendido a los políticos. No obstante, los zapatistas no están conformes y reconocen que les falta mucho por hacer, sobre todo organizarse más y mejor.
Los zapatistas también escuchan dolores y sufrimientos cercanos y lejanos, más en estos momentos en que “una noche cruenta se tiende sobre el mundo”, pues quien realmente manda en el capitalismo no se contenta con seguir explotando, reprimiendo, despreciando y despojando, sino que “va a destruir el mundo entero en busca de más ganancias”. Los multimillonarios de unos cuantos países siguen con el objetivo de saquear todas las riquezas naturales y todo lo que da vida: el agua, las tierras, bosques, montañas, ríos, el aire y todo lo que está bajo el suelo: oro, petróleo, uranio, ámbar, azufre, carbón y otros minerales. No consideran a la tierra como fuente de vida, sino como un negocio, y todo lo convierten en mercancía. Y de donde vienen los problemas no surgirán las reales soluciones.
Ante la tormenta que se avecina
Los zapatistas reflexionan que han aprendido, sin que nadie se lo ha ya enseñado, sino por su propia experiencia, que nadie les solucionará sus problemas, aliviará sus dolores, ni les regalará la justicia. Que todo eso sólo proviene de lo que se haga colectivamente y organizados. Y constatan que esto es extensible a los demás.
Plantean que si se indignan muchos, una luz se enciende en un rincón del mundo y su luz alcanza a alumbrar por unos instantes toda la faz de la tierra. Pero han aprendido que si esas indignaciones se organizan, entonces la luz, que podía ser efímera, puede iluminar por más tiempo. Por eso insisten en la necesidad de organizarse para luchar por cambiar esta vida, y crear otra forma de vida y otra forma de gobernarse los mismos pueblos.
Saben que si los pueblos no se organizan, serán esclavizados. No hay salvación con el capitalismo. Otra lección que han aprendido es que no hay que confiar en dirigentes, sino que cada colectivo debe pensar en resolver por sí mismo su situación. Por eso, recomiendan fortalecer las áreas de trabajo colectivo ante “la tormenta que se avecina”.
Hay abierta una ruta
Este comunicado ahonda en lo que por mi parte he denominado la demoeleuthería, la búsqueda incansable de la libertad por los de abajo. Confirma también el análisis del colombiano Arturo Escobar, quien recientemente decía que los conocimientos de los pueblos en movimiento y los de las comunidades en resistencia están enfrentando las graves crisis ecológicas y sociales actuales. Escobar alaba el pensamiento autonómico del zapatismo, que lucha desde abajo, por la izquierda y con la tierra. Llama la atención de que el autonomismo es esa fuerza teórico-política que está en ebullición por todo el continente latinoamericano, una ola creada por los condenados de la tierra en defensa de sus territorios ante las amenazas del capital global neoliberal.
Escobar resalta que la construcción de autonomía que hacen los zapatistas y otros pueblos se finca en que la tierra manda, el pueblo ordena y el gobierno (autogobierno) obedece. Y hace ver que los conocimientos de los pueblos que resisten desde sus propios mundos son mundos en movimiento que interrumpen el proyecto globalizador que quiere crear un mundo hecho de un solo mundo, al que se le oponen muchos mundos diversos que se basan en su ancestralidad, abierta al futuro en su autonomía.
Lo urgente ahora es que esas autonomías consigan conocerse, enriquecerse con sus propias experiencias y conectarse sin una estructura rígida y vertical, sino rizomáticamente, como una red en que se conecta la pluralidad de nodos y se potencian mutuamente.
El zapatismo está mostrando que hay una ruta por la que se puede hacer frente al capital y a los desastres de la destrucción planetaria, ruta que está abierta y dispuesta para ser caminada en libertad.
Jorge Alonso es investigator de Ciesas Occidente. Corresponsal de Envio en México.
Envío, revista mensual de análisis de Nicaragua y Centroamérica, febrero de 2016, n° 406.