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COLOMBIA - “Por un país más humano, más justo, más abierto a las minorías y por lo tanto más inclusivo”: Entrevista con el sacerdote Antonio Bonanomi, parte I
Paolo Moiola, Noticias Aliadas
Viernes 18 de noviembre de 2016, puesto en línea por
10 de noviembre de 2016 - Noticias Aliadas - El suroccidental departamento del Cauca ha sido un teatro de guerra importante donde se han enfrentado grupos guerrilleros, el Ejército nacional e indígenas. El norte del Cauca es un lugar estratégico para la comunicación entre el sur y el norte del país y por su proximidad con la ciudad de Cali. Desde el inicio del conflicto armado en 1964, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se han asentado en este territorio formando el “Sexto Frente”. Posteriormente llegaron entonces otros grupos armados como el M-19 (Movimiento 19 de Abril, disuelto en 1990), el Quintín Lame (disuelto en 1991) y el PRT (Partido Revolucionario de Trabajadores de Colombia, disuelto en 1991). En respuesta llegaron la Policía Nacional y el Ejército, y así fue que la zona se convirtió gradualmente en uno de los principales escenarios de guerra con consecuencias nefastas para la población civil, compuesta en un 95% por personas pertenecientes al pueblo indígena Nasa.
El padre Antonio Bonanomi vivió entre enero de 1988 y junio del 2007 en Toribío, en el norte del Cauca, donde trabajó como coordinador del equipo misionero de la congregación de los Misioneros de la Consolata, hermanas misioneras de la Madre Laura y laicos locales. Dejó el Cauca y Colombia en el 2014 por motivos de salud, pero sigue acompañando el camino de las comunidades indigenas del Norte del Cauca a traves de las redes sociales.
Paolo Moiola, colaborador de Noticias Aliadas, conversó con el padre Bonanomi sobre el pasado y el futuro que se ha abierto con la firma del Acuerdo de Paz el 24 de agosto y el inesperado triunfo del No en el referéndum realizado el 2 de octubre.
En el plebiscito, una pequeña mayoría de los colombianos —poco más de 6 millones sobre los 13 millones que acudieron a votar— dijeron No a los acuerdos firmados entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC. ¿Por qué este resultado y qué sucederá ahora?
El voto muestra un país fuertemente dividido, con una mayoría (66%) que no ha votado. El expresidente Álvaro Uribe Vélez [2002-2010] venció al actual presidente Santos. Después del resultado del referéndum, todos, vencedores y vencidos, dijeron que querían la paz. Con una diferencia sustancial: los vencedores afirmaron quererla sin el acuerdo que se había firmado.
Por un lado, se puede entender que haya diferentes razones para el No al acuerdo: algunos han dicho No por razones económicas, porque sienten que sus intereses se verían afectados; otros por razones políticas, por temor a perder un poco de poder; otros han dicho No también por razones religiosas, porque pensaron que el acuerdo abriría la puerta a un grupo comunista, ateo y favorable a los derechos civiles de los “diferentes”.
La victoria del No es la victoria de un proyecto de país, culturalmente neoconservador, económica y políticamente neoliberal.
No es fácil decir lo que puede suceder ahora. Con el voto del 2 de octubre, un momento histórico que podría haber significado el nacimiento de una nueva Colombia, se ha convertido en un momento dramático con un choque entre dos proyectos de país diferentes.
Sin embargo, es importante aceptar el reto y seguir trabajando sin descanso y sin perder el corazón de una nueva idea del país: un país más humano, más justo, más abierto a las minorías y por lo tanto más inclusivo.
Según reportes internacionales y la información de los grandes medios, desde la década de 1990 las FARC se han transformado de organización guerrillera (o terrorista, dependiendo de las interpretaciones) a un cártel de narcotraficantes que cobra millones de dólares. ¿Esta representación está más cerca de la realidad o se ha exagerado por razones políticas?
A menudo he tenido ocasión de hablar sobre este tema con algunos responsables del ‘Sexto Frente’ y me explicaron que a mediados de los años 80, los principales grupos guerrilleros, las FARC y el ELN [Ejército de Liberación Nacional] pensaban que era el momento de la lucha final por la victoria de la revolución y para ello necesitaban otros hombres armados. Por lo tanto, tomaron la decisión de abrir las puertas a todos los que se presentaran a fin de lograr el mayor número posible de combatientes. Esta decisión tuvo el efecto de incrementar los costos económicos para armar y financiar a los nuevos reclutas. Por eso recurrieron al secuestro y al narcotráfico.
Por lo tanto, ¿la guerrilla se convirtió también en un actor del narcotráfico?
Me explico. Normalmente, las FARC se limitaban a poner un impuesto sobre la producción y comercialización de drogas, aprovechando el hecho de que habían sido cultivadas principalmente en las zonas dominadas por ellos. Por tanto, las FARC no eran productores y comercializadores de drogas (cocaína, marihuana, amapola). De hecho, cuando tuvieron capacidad, obligaron a los agricultores a utilizar parte de sus tierras para la producción de alimentos.
Parece que, en algunos casos, también ha habido grupos de las FARC que se dedicaron al tráfico de drogas, creando de facto un cártel del narcotráfico. Por lo que me han explicado personas del “Sexto Frente”, la decisión de enlistar todos los que se presentaron y la consiguiente decisión de entrar en el mundo del narcotráfico fue la manzana de la discordia dentro del movimiento, debido a que estas dos decisiones habían creado un clima de desconfianza mutua y la tentación de la corrupción.
Por último, hay que señalar que en Colombia, en los últimos 30 o 40 años, todas las personas de poder —político, económico, militar, judicial y en algunos casos incluso religioso— han disfrutado de los beneficios del tráfico de drogas. En resumidas cuentas, pocos pueden lanzar la primera piedra.
¿Cuál ha sido el papel de la Iglesia Católica colombiana en el diálogo entre las partes en conflicto?
No es fácil hablar de la Iglesia Católica colombiana porque es una realidad muy amplia y compleja. Siempre hubo voces y gestos proféticos, pero la jerarquía y el pueblo católico en su mayoría tomaron posiciones conservadoras y de oposición al cambio. Muy importantes fueron, en este sentido, las figuras del cardenal Alfonso López Trujillo, Darío Castrillón y el actual arzobispo de Bogotá, el cardenal Rubén Salazar Gómez. En general, se trata de estar de acuerdo con quienes detentan el poder y de rechazar cualquier propuesta de cambio, al punto que muchos incluyeron a la Iglesia Católica entre los responsables de la violencia en Colombia.
Esto llevó a muchos católicos a apoyar el No, no porque se opusieran al acuerdo, sino porque se oponen al cambio propuesto, especialmente el cultural, consecuente al acuerdo.
Lo que ha evidenciado el voto es que en Colombia, la mayoría, por diversas razones, no está dispuesta a perdonar y reconciliarse. En ese sentido, creo que lo que ha aportado Monseñor Luis Augusto Castro, quien como presidente de la Conferencia Episcopal no podía pronunciarse a favor del Sí debido a la oposición de muchos obispos a esta opción, es la propuesta un proceso educativo o una pedagogía de la paz para educar a los colombianos en el perdón, la inclusión y la reconciliación.