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COLOMBIA - Documentar las ausencias, revelar lo encubierto, fisurar el silencio

Natalie Volkmar Ossa, Desde abajo

Lunes 3 de febrero de 2025, puesto en línea por Françoise Couëdel

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16 de enero de 2025 - Desde abajo - “Quisiera no decir mucho para no perturbar el silencio de las madres ausentes que arañaron esta montaña de escombros con la fuerza del amor, la memoria y la desgarrada esperanza”, fueron las palabras del magistrado de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Gustavo Salazar, al iniciar la intervención forense en La Escombrera, Comuna 13 de Medellín, en busca de víctimas de la desaparición forzada durante el conflicto armado en Colombia. El pasado 18 de diciembre, una poderosa luna roja se descubría ante las montañas antioqueñas de la mano de las primeras estructuras óseas halladas bajo tierra.

Las pruebas encontradas han ido demostrando que la existencia de cuerpos bajo fosas clandestinas en La Escombrera no era una leyenda urbana; las madres “no estaban locas, como en su momento había señalado el Estado y la sociedad”, comunicó la JEP.

El método de la desaparición forzada ha ido engrosando la tierra de impiedad, ha colmado hogares de un lamento prolongado, de un eterno insomnio con lágrimas de impotencia, de velas que, bajo cientos de lunas, alumbraron cada noche el recuerdo; miradas penetrantes, tiernas, acongojadas por la añoranza del abrazo perdido.

Titánicas las voces que, durante décadas, consagraron su amor a la búsqueda; manos curtidas sosteniendo las fotografías de los rostros desaparecidos, su anhelo, reivindicando los cuerpos robados, arrojados, pronunciando sus nombres queridos. Aquella fuerza irrefrenable de la dignidad, que logró vencer al miedo, fue fisurando el silencio; destapando la opacidad de un modelo represivo trazado para acallar la historia de la víctima.

Este método está blindado por un muro que obstaculiza su investigación, su cobertura periodística y la labor documental: ¿cómo testimoniar lo invisible, lo incorpóreo, lo clandestino, lo sumergido? “Tú, investigador, busca por todas partes, en cada parcela del terreno. Allí encontrarás enterrados documentos, los míos y los de otra gente, que sacan a la luz la crudeza de todo lo que aquí ha sucedido”, podía leerse en un escrito encontrado en Auschwitz al cual alude Didi-Huberman para referirse a la necesidad de desenterrar fragmentos que puedan desmontar el “plan de desimaginación” de los victimarios. Y es que, aquellas violencias invisibilizadas, han quedado relegadas a lo inimaginable, intangible, indescriptible; a un peligroso paso de lo increíble e irreal.

Precisamente, hacer pasar la ignominia por una invención, un mito, forma parte de la narrativa intrínseca a estos patrones represivos, edificados en la negación, tergiversación y ocultación de la verdad. Ya Hanna Arendt explicaba que el nazismo estaba convencido de que el éxito de sus crímenes residía en que nadie del exterior “podría creérselo”.

En sintonía con ello, las últimas palabras que escribió Matilde Gras en sus Memorias sobre la represión franquista y ejecución de su marido, caligrafiaron una esperanza: “Espero que todo esto que os he contado no lo toméis como un cuento”. A pesar del salto en el tiempo, también las madres que reclamaron la búsqueda de sus familiares en La Escombrera han tenido que demostrar que no narraban cuentos.

Ante esta estrategia de negación se torna imprescindible, desde un punto de vista social, periodístico e histórico: investigar, hallar y visibilizar las intervenciones forenses que vienen a completar aquella labor documental inacabada, sesgada, abortada por una narrativa que ha tergiversado la historia, pretendiendo reducir métodos como la desaparición forzada a lo que temía Matilde…a una leyenda o fantasía, cuando por el contrario, ha sido una realidad tangible, descriptible, estandarizada y sistemática.

Ejemplo de su meticulosa planificación lo revelan las dolorosas cifras de desaparecidos que dejó en América Latina la implantación de la Doctrina de la Seguridad Nacional durante la Guerra Fría. El investigador Prudencio García, coronel retirado y ex miembro del equipo de expertos internacionales de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de la ONU en Guatemala, destacó en Crímenes de Guerra que la Escuela de las Américas, fundada en el Canal de Panamá, adiestró a miles de jefes y oficiales de ejércitos latinoamericanos con el objetivo de derrocar al “enemigo interior” y a sus “potentes tentáculos subversivos” de ámbitos civiles, eclesiásticos, empresariales, universitarios, artísticos, literarios… Este elaborado aparato doctrinal estadounidense amplió el ángulo de acción en su lucha contra el comunismo a opositores políticos, defensores de derechos humanos, activistas sindicales o estudiantes que, aun siendo democráticos, se les reducía a la categoría de individuos que merecían ser secuestrados, torturados y finalmente eliminados, con o sin desaparición de su cadáver. La puesta en marcha de la Operación Cóndor contribuyó a incrementar el horror.

Tras décadas de negación, con la apertura de las fosas comenzó a emerger lo encubierto, lo prohibido, lo silenciado, lo tabú; historias que hasta entonces habían sido ignoradas, se fueron tornando visibles, legibles y demostrables. En este sentido, se establecía un diálogo pendiente entre un pasado soterrado y un presente inconcluso, en aras a esclarecen una verdad secuestrada, ignorada y estigmatizada.

Detener este proceso, truncar la memoria colectiva, teledirigirla a un camino unidireccional; vaciar de verdad la historia borrando las desapariciones forzadas como aspira el gobierno de Milei y sectores de la ultraderecha mundial, denota un acuciante desprecio hacia los derechos humanos.

Pertenezcan o no los hallazgos en La Escombrera a desaparecidos en el marco de la Operación Orión, el salto ha sido enorme: la indiferencia vertida sobre las madres buscadoras a lo largo de más de veinte años ha quedado atrás.

Ellas, empoderadas, han demostrado que son capaces de revelar aquellos testimonios que la impunidad condenó al olvido, pero que la dignidad sigue luchando por rescatar.


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